Otaku Hen

Otaku Hen


Brillante 10 - Si pudieran ver

Posted: 26 Nov 2015 12:48 PM PST


¡Diez capítulos ya! Para conmemorarlo, así como si no fuera de casualidad, ¡en este capítulo os espera...!

Un pelín de drama. 

Me desprecia.

No dijo nada. No movió un párpado. Se mantuvo imperturbable, como si ver a una travestida romper el bastón de su mejor amigo en la cara de un ser fuera el pan nuestro de cada día. Pero lo vi. Cuando el rojo líquido me salpicó las mangas de su ropa, cuando el arrodillado ser Thomas me agarró por el tobillo y me suplicó con los ojos estriados en sangre y me perjuró que había escarmentado, que no volvería a pasar, y yo le pisé la cabeza, ufana, y reseguí con el dedo la marca de mi cara y le mentí por insinuación, soltándole que cómo creía que me la había hecho, que ya podía enviarme matones si tanto despreciaba la vida. Cuando nos separamos, enfermos de fluidos aristocráticos. Arrugó la nariz. Me despreciaba.

No debería de haberme provocado tan honda impresión. ¿Qué me importaba a mí que él me juzgara? Nada. Hoy era un nuevo día, el ayer no debería importarme por movidito que fuera. Pero la forma en que había arrugado la nariz, el modo en que dobló la comisura del labio... era un espejo de la nueva imagen que el mundo tendría de mí.

Ello me hacía pensar en mis padres. Hablaba con ellos cada pocos días a través de la pulsera, les enviaba largas misivas orales, les decía que estaba bien, que no se preocupasen, que les quiero más que a mi vida, que había aprendido a ser autosuficiente, que no hacía falta demandar a Cristóbal. Jamás se me habría ocurrido entrar en detalles escabrosos, por mucho que hablase por los codos. Ellos no tenían por qué saberlo, su felicidad es lo primero.

Pero ¿cómo van a ser felices si se enteran de cómo soy, de en qué me he convertido? La nariz de Sherlock me lo había dicho: ¡estafadora! ¡Matona! ¡Asesina!

Todo eso era yo. ¿Cómo podría volver a mirarles a la cara? Ellos me querrían aunque iniciara el holocausto, son unos santos, pero yo, que tanto me había esforzado en ser la mejor hija, en superar en todo al favorito de mi hermano, en no darles quebraderos de cabeza... yo...

- ¡Señor!

Gertrudis parecía alarmada, había dejado abandonado hilo y aguja sobre su porción de la mesa para acercarse a mí de un salto. Me tragué el trozo de pan con tomate que me quedaba en la boca, resto de mi desayuno, y me di cuenta de me se me habían saltado las lágrimas. Esto me pasa por pensar. Me abrazó la cabeza, hundiéndomela entre sus dotados órganos mamarios. Me acarició la cabeza. Me sentí inmediatamente mejor. No había por qué preocuparse, no ahora. Mi plan de escape era esperar que Cristóbal arreglara el cacharro. Haría turismo, disfrutaría el momento, carpe diem, di que sí.

Mi cariñosa criada me arrebató la servilleta y secó mis ojos, mejillas y labios. Pobrecita mía, se mata a trabajar y no le doy más que disgustos, que ayer volví amoratada y manchada de sangre tras mi fuga y desaparición fortuita y sin explicación y hoy le lloraba después de vaciar la despensa. No obstante, como una cosa no quita la otra y se estaba demorando más de la cuenta, le eché la mirada de Soy sodomita. Se retiró, cabeza gacha. Últimamente esa mirada funcionaba mejor que nunca...

- Ahora está en un lugar mejor...

¿Ñe?

Extendió el brazo sobre la mesa. Sin mirar, palpó la superficie, tiró la cucharilla, derramó lo que quedaba de mi taza de leche y atrapó la tela que había estado pespunteando. Me levantó el brazo sin delicadeza ninguna, ahí a lo bestia, ante mi cara de pasmo. No se me ocurrió protestar. ¿Era esto lo que la gente llamaba tensión sexual? Aterrador. Se me ocurrió desviar estos globos oculares que a veces parece que tenga de adorno para ver cómo evolucionaba la película de horror y ahí fue cuando vi que me estaba colocando el brazalete negro en su sitio. ¡Ah...! Hoy tocaba el funeral del que era enteramente responsable. 

Menos mal, eso o me distraería de la autocompasión o por lo menos me despejaría la cabeza, que estoy tonta, no hay otra definición. Adopté la carita de solemnidad y me despedí de Gertrudis alegando que iba a llegar tarde, cosa que debía ser cierta, porque estos puñeteros ingleses madrugan aunque tengan el día libre, masoquistas todos. No te aburriré con los detalles de la caminata, lector, te aprecio demasiado como para obligarnos a ambos a alargarnos con absurdos prolegómenos. Solo diré que comprar crisantemos (y echarle los cuatro piropos de rigor a la horrenda florista) fue fácil, lo complicado fue caminar con las agujetas que arrastraban mis incipientes músculos. ¡Ay!

No debería de haberle dado tan fuerte a ser Thomas... tampoco él haberme enviado un sicario, así no estaríamos en esta situación, pero así es la vida de la chantajista. De cualquier forma, no hay derecho. No hacía ni 48 horas de mi vapuleo, huida, baño, exhibicionismo y devolución del vapuleo con el desprecio del detective como plus, ¿es que no podían darme un respiro? El cementerio de la zona ni fu ni fa de Londres se introdujo en mi campo visual, ni rico ni miserable. No, no podía ser. Tampoco es que me queje, asumo las consecuencias de mis actos... si no queda más remedio.

Ante las negras vallas que hacían de puerta se hallaba un encorvado sacerdote, de barba cana y ojos empañados, apenas alejado de los grises muros del hogar de nichos y tumbas esparcidos en el lecho de césped. Me miró muy fijamente mientras me acercaba, su rostro se iluminó cuando estaba a dos palmos. Miopía detectada.

- ¡Buenos días, su santidad! - le saludé quitándome y recolocándome el sombrero. Repentinamente el vasallo de Dios ya no se alegraba tanto de verme - ¿Qué hacen sus sacros pies cansándose aquí fuera?

- Le estaba esperando. - farfulló como si acabara de cometer un pecadillo.

- ¿No ha llegado nadie más? - pensaba que llegaba tarde, debía de ser mediodía ya.

- Usted es el último. - el pecado había ascendido a capital.

- ¿Solo por este vuestro humilde servidor no ha iniciado la ceremonia? Me hace usted sentir importante. Insigne. Eminente.

- ¡No pretenderá que un hombre decente se quede a solas con... esas!

Las pupilas se me endurecieron.

- Sí, es exactamente lo que espero cuando pago por ello.

El viejo cura frunció labios y narices, humillado, moralmente inferior. Me dio la espalda, se internó en su territorio. Le seguí los pasos. Allí, en el camposanto, vi sus figuras a lo lejos, anchas, bajas, esbeltas, altas, medianas. Iban todas ellas de riguroso luto, con sombreritos baratos de señora a juego. De no ser por el número y que todo eran faldas (cura incluido, sepulturero escondido), no las habría reconocido. El par de veces que las frecuenté llevaban mucho más maquillaje y mucha menos ropa, y eso que era otoño.

Cabe señalar que tampoco me había quedado con sus caras, dado que con quien había iniciado relación no era con ellas. Para mí no eran más que otro grupo social de los bajos fondos que tenía que trabajarme para vivir sin miedo a que me acuchillaran en un callejón (cosa en la que estaba claro que iba a tener que aplicarme); para ellas, yo no era más que otro hombre que visitaba a su dueña, y como tal me odiaban.

Esta vez, sin embargo, me recibieron cariñosas, con la mirada brillante de un agradecimiento dulce. Al parecer me las había ganado pagando este último funeral... oh, ¿qué ocurre, lector? ¿Te pensabas que era el funeral de ser Thomas? ¡Yo no le pagaría el funeral a ese señoritingo! No, desgraciadamente era el último adiós a una prostituta que había sido defenestrada o por un cliente o por la propia madam. A juzgar por el hecho de que no se la veía por ningún lado, votaba por lo segundo.

Las damas (por muy mala vida que llevaran, damas son), me rodearon en torno al féretro que se hundía en la tierra y comenzaron los responsos. Una de ellas ojeó mis crisantemos, asombrada. ¿Qué pasa, es que las tumbas de las mujeres de moral distraída no merecían flores? No me miréis así. Esa muchacha no me importa nada, soy una mujer dura, con piedra de pedernal por corazón, egoísta hasta la médula y sin un ápice de compasión. Simplemente tengo respeto, ¿vale? Esa podría ser yo. Podría haber sido yo.

Qué incómodo. Prefería su desprecio, aunque me recordase al de Sherlock, que tanto daño me hacía en carne y alma sin razón aparente. Mejor no pensar... El cura había terminado su trabajo y se iba a paso lento sin despedirse. El sepulturero ya estaba ganándose el pan echando tierra aquí y allá. Las señoras empezaron a dispersarse. Me santigué sin devoción y tiré las flores al hoyo, no sin pena, porque eran preciosas y enterrarlas sí debía de ser pecado. Una vocecita aguda sonó a mi vera en ese preciso instante, asustándome.

- No se hace así.

Viré la cabezota a varios lados, pero no había nadie. Una manita tiró entonces de mi abrigo y me encontré con el par de par de ojos gris claro que más me gustaban en este mundo... londinense. Ojos que indujeron en mí lo que en literatura llaman analepsis y en cine flashback. Vi la electricidad celeste engulléndome el cuerpo, gracias a la ocurrente de mi memoria resucité el dolor de caer en este territorio hostil, reviví esa yo miserable, recién llegada, apenas curada del tajo autoinfligido y muerta de hambre, y los vi.

Volví a ver esos mismos iris que veía ahora. Aquel par de cuerpecitos cubiertos por andrajos pero bien abrigados. Aquellos rostros casi idénticos de facciones angelicales y carrillos llenos, seguramente blancos como la leche, ¡pero tan sucios! El cabello de desconocido color, quizá moreno, mugriento, bien recortado a lo "garçon" en ambas cabecitas pese a ser estas de sexos contrarios. Ahora sabía que esa apariencia insalubre era calculada, pues nadie miraba dos veces a un niño mendigo, ni siquiera los pedófilos. No en vano su abuela era la dueña del prostíbulo.

Ante mí se erguían, siempre juntos, mi contacto con los bajos fondos, mi seguro de vida, mi precoces soplones de tan solo doce años, los pícaros ladronzuelos con más arte de la zona, los mellizos...

- ¡Chip y Chop! - ya me habían alegrado el día.

Los había bautizado así nada más conocerlos. Chip, la niña, era inteligente y dominante; Chop, si bien temerario y alborotador, era el sumiso de la pareja y tenía la naricilla sempiternamente enrojecida. ¿Su verdadero nombre? Jacob e Evie, pero era un milagro que me acordase.

Ellos me sonrieron, y supe que lo hacían con alevosía. Olvidándome totalmente de la difunta, escarbé en mis siempre repletos bolsillos y les di dos caramelos de fresa a cada uno, que poco más y me arrancan de la mano con la extremidad incluida, así como un huevo duro. Los huevos duros tienen muchas proteínas y son más que recomendables para los niños. ¡Ay, Chip y Chop! ¡Los mellizos más monos y antihigiénicos de la ciudad!

- No se hace así. - repitió Chip, mi listilla.

- Mmm... soy español.

- ¿Y qué? -  replicó Chop, mi protestón.

- ¿Vosotros sabéis cómo son los entierros en España, par de dos?

- No... - admitieron hoscamente, como buenos niños que pretenden saberlo todo.

- Pues eso. - esa excusa no falla nunca.

Iba a regodearme en la victoria e hincharme como un pavo tan a gusto cuando reparé en lo que la presencia de aquel par de dos significaba. No, no era costumbre que asistieran a los funerales, por lo menos no lo había sido las últimas cuatro veces (el oficio de aquellas señoras entrañaba un riesgo tremebundo). Les eché una mirada inquisitiva, que solo me devolvió Chip, quien, al contrario que su hermano, ya había logrado desenvolver la golosina y se entretenía pasándosela de un lado a otro en la boca, relamiéndose sin pudor.

- Viene la pasma. - qué seca eres, hija mía.

Fue pronunciar la última sílaba y que las damas restantes dejaron de estar presentes. Estoy casi segura de haberlas visto dispersarse, pero ¡qué sé yo! Para llevar botines de tacón y faldas enredapiernas hay que ver lo que corrían las señoras.

- Oh, bueno, he estado desaparecido. Algún agente se habrá preocupado, digo yo.

- El comisario los acompaña. - añadió Chop, que finalmente había roto el envoltorio y se estaba comiendo el caramelo a mordiscos.

El sepulturero también se esfumó como por ensalmo. A mí se me agarrotaron las piernas.

- ¿¡Y me lo dices ahora?!

Si pretendían contestarme, no llegué a saberlo: usé la torsión muscular del cuello para posar los ojos en la valla, vi tres figuras uniformadas, volví girar hacia donde un momentín antes estaban los mellizos y ¡chap! Habían usado la técnica ancestral del escabullimiento. Repetí la acción y noté que las figuras se acercaban a paso vivo, que una de ellas, la de en medio, exhibía una inconfundible barba pelirroja. Y ahí no había ni damas, ni sepulturero, ni niños, solo yo y la tumba a medio cerrar. Dios mío.

Me quedé paralizada, discutiendo con mi cuerpo. Habría que correr en todas direcciones, me dije, sabiendo que se iba a negar. Ya nos ha visto, arguyó mi cuerpo. ¡Con más razón!, apremié. Tenemos agujetas de la muerte, insistieron mis músculos. Aunque sea en círculos, imploré dejando de lado lógica, orgullo, sentido común. Mira, vas a tener que usar tu labia, concluyó la sabia garganta confabulada con las cuerdas vocales. Era verdad. A medio metro nada más llameaban las furibundas pupilas del comisario Trent. 

Demasiado tarde.

Me temblequearon las rodillas, el corazón (que estaba en modo "mátame") bombeó tanto que oía la circulación por mis sienes. Pero yo podía con eso, yo tengo los nervios de acero, yo...

- ¡Es una ilusión, un sueño, una obra de teatro! - grité agitando los brazos y cayendo para atrás.

¡Ay...!

Uno de los agentes que lo acompañaban se apresuró a ayudarme a levantarme cogiéndome por el brazo. Era uno de los que habían solicitado mis servicios más de una vez y me miró con compañerismo y... ¿eso era alivio? Propinó un apretón de ánimo a mi hombro antes de separarme. Yo me mordí el labio, porque me dolía todo y de no hacerlo habría soltado un gemido. Y gemir delante del mismísimo Trent, como que no.

- Todo cuanto le hayan dicho es m-m-mentira. - exclamé, recuperando a ojos vista la compostura...

Lo siento mucho pero estaba demasiado cansada como para mantener el tipo delante del abrumador Trent, por mucho que sus subordinados me hicieran señas detrás de él como mimos de vocación que practican la pistola con índice y pulgar, yo es que no puedo, es demasiado, necesito unas vacaciones para lloriquear a gusto...

- ¡Estás bien! - soltó Trent.

Inspiró una bocanada de aire, inclinó el cuerpo hacia adelante, vista al suelo, cerró los ojos y espiró. La chaqueta del uniforme se entreabrió y vi lo que parecía ser mi revólver, cosa que no me impresionó. No, lo que era perturbadoramente alarmante era la expresión de su masculino semblante, expresión que contrastaba con los insultos contra la raza española que empezaban a florecer de su limpísima boca. Decir que me quedé patidifusa es quedarse corta.

- ¿Estabas preocupado por mí? - pensé (sin pensar) en voz alta.

Los agentes carabineros dieron un respingo segundos más tarde de los que el puño de Trent precisó para hundirse en mi vientre. Al suelo otra vez. ¡Aj!

- Vuelve a hacerme derrochar recursos y te pudres entre rejas, sarnoso español - gruñó.

Tal y como vino se fue, como la tormenta desatada que era. El policía que me había recogido del suelo la primera vez quiso repetir, se quedó atrás, esperó a que dejase de retorcerme en el césped y luego me acompañó a casa. Me dijo que, si quería, me escoltaría a una armería para comprarme un nuevo revólver. En cuanto tuve la puerta cerca me despedí de él. Más emociones de la cuenta por hoy, planeaba pasar el resto del día en casita.

Pese a las buenas intenciones de esta tu servidora, lector mío, el Destino es cruel y taimado y sádico. Gertrudis me recibió extrañamente seria, dijo que acababa de llegar el correo y me aconsejó no dejarlo para mañana. Estaba sobre la mesa, y era... era curioso.

En primer lugar, una caja de bombones suizos con una tarjeta firmada por ser Thomas. Vaya, las revistas se equivocaban, era masoquista el hombre. En segundo lugar, una caja de cartón... firmada por Sherlock Holmes. La caja contenía una faja, unos cojines duros e hilo y aguja pinchada en estos últimos, ninguna nota. Por último, lo más importante: una carta con el sello gubernamental del Palacio de Buckingham. Lo abrí inmediatamente.

Firma: Mycroft Holmes.

Continuará...

Quien haya descubierto la referencia a cierto videojuego se merece un caramelito de premio. XD