Otaku Hen

Otaku Hen


Brillante 15 - ¡Zas!

Posted: 10 Feb 2016 02:36 AM PST


¡Oh, no! ¡Sherlock ha descubierto la pulsera de Leona! ¿Qué ocurrirá ahora?

¡Ay de mí!

Hice la del humo. Usé la técnica ancestral de la rata que navega en el barco que se hunde. Huí como la cobarde que soy, cosa que, para que lo sepas, requirió fuerza de voluntad y de brazo considerables. Zafarme de la zarpa sherlockiana resultó tarea casi tan complicada como arrastrar el cuerpo de un hombre corpulento de barriga a la par que te cae el diluvio universal encima. Luego entré en casa a trompicones ignorando olímpicamente a Gertrudis y me colé bajo las sábanas, donde permanecí hecha un ovillo.

Dejando de lado re-revelación de lo tonta que soy (¡claro que sabía de la existencia de la pulsera! ¡Me la había visto en el Incidente Domingos y Domingas, nunca me la quito, no me la quité! ¡Como que llamaba la atención entre la desnudez! ¡Seré imbécil!), cuanto más lo pienso... sigo sin tener la más remota idea de por qué reaccioné así. No era para tanto. Vale, había visto mi pulsera, ¿y qué? Jamás descubriría para qué servía, ni de dónde provenía. Vamos, y aunque lo descubriera, ¿qué era lo peor que podía pasar? ¿Que lo internasen en un manicomio como el de la calle maldita en sus mejores años?

Cuando lo comprendí, porque al final las neuronas se apiadaron de mí y me permitieron comprenderlo, corazón y pulmones volvieron a actuar de forma normal. Entonces me dormí casi plácidamente, cándida de mí, ignorante del error garrafal que había cometido. En fin, el horror bien podía dejarme descansar mis ocho horitas.

Tuve un sueño reparador y movidito, con sus estimulantes pesadillas. Me despertó la voz de mi empleada germánica, acompañada del toc, toc, toc matinal en la madera de eso que llamamos puerta, que me dijo...

- Guten Morgen, señor. - o algo así.

Ese fue el minisegundo en el que empecé a sospechar algo, ahí mientras parpadeaba de sueño y dolor muscular. Había dicho el "señor" con un acento muy raro. Y además había hablado alemán. La sospecha se convirtió en un como que algo no va bien cuando la buena mujer insistió con...

- Sind Sie in Ordnung? - o algo así.

Definitivamente algo no cuadraba. Mi carne o mi instinto, como prefieras llamarlo, lo supo antes que yo, me manipuló la mano, tiró de la manga sin esperar a que las sinapsis se despabilaran, dejando al descubierto... la piel enrojecida de una muñeca desnuda. Tiró de la otra: mismo resultado. La información alarmantemente relevante atracó vagamente en mi cerebro mientras me arrancaba la ropa sin ton ni son y me examinaba la tela, me examinaba a mí y acababa examinado cada parcela del suelo a cuatro patas.

Mi pulsera no estaba.

Bueno, había desaparecido y dejado su rastro, con razón me había costado tanto desembarazarme de la garra del detective. Resulta curioso cuanto menos, apenas unas horas antes me había entrado el pánico y ahora que sabía que se me había hurtado el instrumento vital para la supervivencia con estilo, como si nada, apenas unas palpitaciones y una ansiedad controlable. Supongo que se me habría gastado la adrenalina tontamente. A veces hay que tener la sangre fría y desde mi aterrizaje forzoso había sufrido un entrenamiento intensivo en tales lides.

Así que me sumergí en el modo Razonamiento Ante Todo Alocadamente (siglas RATA), cogí otro de mis trajes de diario, volví a vestirme pensando en la pérdida de tiempo que había sido invertir una hora mirando y remirando, salí del cuarto con aire distinguido, Gertrudis me recibió con un suspiro de alivio y un vaso de zumo de naranja de vitaminas evaporadas. Recibimiento seguido de un desayuno en el que me dediqué a sonreír y asentir a todo lo que me decía, cosa poco recomendable con esta mujer.

Me dirigí a Baker Street a mediodía, con un bastón adornado con un lacito rosa y una cesta de balneario bajo el brazo. Qué bochorno de paseo, tantos años estudiando inglés y nadie le pide a nadie que abra la ventana. Sin el traducelotodoinaitor me vi obligada a hacerme la interesante (o séase, maleducada), con lo que parecía enfadada con media ciudad. Aunque bien pensado tampoco es que fuera lo que se dice complicado, estaba bastante irritada en general. La duda es la base del conocimiento, la incertidumbre, del cabreo.

Aporreé la aldaba de la puerta amorosamente, por supuestísimo. ¿Quién me abrió? La siempre estupenda señora Hudson. ¿Qué me dijo? Ni puñetera idea tras Welcom, sweetty sir. ¿To the jungle? Sería apropiado sin duda. Por suerte o por desgracia para una servidora, a la fuerza ahorcan, de modo que la necesidad había acentuado mi interpretación de las expresiones faciales. Repentinamente, examinaba el lenguaje corporal más que nunca, con ojos nuevos que en todo se fijan. Le ofrecí la cesta con una reverencia.

- You are beutiful. - en lo que ha quedado el don Juan londinense.

Ella arrugó las arrugas sonriéndome, menos mal que ya me la tenía trabajada de antes. Las ancianitas estilo cuento de hadas (dulces, cariñosas, inofensivas hasta en el contexto de la compra) son encantadoras.

- Armanmar furforgaer sir Holmes parr carr jaf. - juro que me dijo con toda la intención, señalando las escaleras.

Armada con el bastón que iba destinado a otro, seguí la indicación, qué si no, y al hacerlo rocé la capa y el sombrero de caza que colgaban de su percha, tan cerca de esas escaleras. Escalones arriba... me esperaba la bestia.

¿Me permites recordarte, lector mío, que estaba atenta en grado sumo a cuanto me rodeaba? Hasta el papel pintado me resultaba fascinante. Podrás imaginarte, aclarado esto, la conmoción que supone encontrarse entre tanto estímulo de golpe y porrazo con las espaldas de la pareja inglesa más intrigante de todos los tiempos ¡en mangas de camisa! reclinada sobre aquel escritorio que pronto descubrí abarrotado.

Shelock, de pie, señalaba con su largo, estilizado índice, algo que Jonny, sentado, observaba con la lupa a todas luces prestada por la eminencia. Sus cabezas estaban bastante juntas. A punto estaba de soltarles que se fueran a un hotel cuando vi las entrañas de lo que era mío desparramadas meticulosamente sobre esa superficie. Engranajes. Botones. Bombillitas. El cristal de la pantalla. Silicona despanzurrada. Mi. Artefacto de supervivencia con clase. Mi. Pulsera. Ese energúmenos la había destripado.

Gritito por mi parte, manos al corazón y al cuello. Ah, te escondías ahí, pánico.

Se giraron hacia el cascarón chillón que era mi cuerpo en esos momentos. Sí, estoy siendo melodramática, ¿qué pasa? ¡Tengo derecho! Al igual que lo tenía a estamparle el sillón en la espalda, pero los sillones pesan mucho. Ninguno de los dos parecía sorprendido. Claro, don Sabelotodo me estaría esperando o me habría visto por la ventana o me había anunciado la casera.

Huelga decir que en un parpadeo ya le había lanzado a Jonny el bastón e intentaba zarandear a la inamovible farola humana. Aunque sé que la violencia no es para nada victoriana, sino el último recurso del incompetente, una se agarra a lo que puede.

- ¡Vuelve a montarla! ¡Móntala! ¡Usa esa absurda memoria sobrenatural tuya y vuélvela a montar! - gesticulé cual demente como si no hubiera mañana, que no lo hay, te lo digo ya.

Las bombillitas sueltas titilaron dos parpadeos, manchitas luminiscentes sobre la madera como los vampiros del siglo XXI. Antes siquiera de que pudiera plantearme cómo narices había construido Cristóbal el cacharro, Sherlock me contestó... en japonés. Mi nivel en dicho idioma es escaso, pero pude percatarme de una serie de datos interesantes:

1. El señor Holmes estaba encantado de conocerse, corroborado por facciones y postura solemnes.
2. Watson ya no solo me consideraba alguien de moral disoluta, guiándome por la pose de Pensador que había adoptado para mirarme.
3. El trasto seguía funcionando. Mal, pero funcionaba.
4. ¡Menos da una piedra!

El modo de proceder lógico era arramblar con las tripas de mi pulsera y salir por piernas, y yo soy una persona lógica y razonable. Al principio solo las cogí y me las metí en los bolsillos sin más, luego fue cuando vi que me iban a ofrecer resistencia. Los muy tramposos eran dos contra una, ¿qué querías que hiciera, si no volver a hacer uso de una de mis mejores habilidades?

Escalón, escalón, escalón, apartar suavemente a la señora Hudson, paso, paso, paso sin vacilar, atravesar la puerta, bajar de un salto al adoquinado, zigzaguear entre los transeúntes, doblar la esquina. ¡Todo eso fue fácil! Sherly tendrá las piernas más largas, pero no mi entrenamiento ni mi agilidad entre muchedumbre y abarrotamiento. Soy una lagartija, un ardilla, una rata.

El problema fue toparme con el comisario a la vuelta de esa esquina, suceso dramático que me hizo derrapar, fallo de piernas que provocó que agarrara ¡sin querer! las faldas de una de las transeúntes, causa que conllevó que la tela ajena se desgarrara... y dio con la consecuencia de enseñar las partes pudendas de la mujer, para más inri sin enaguas, en medio de la calle. Escándalo público. Delante de del comisario Trent. Más mala suerte y no nazco.

Con esto te he conducido a mi presente, paciente lector, en el calabozo de la comisaría de Trent O'Brian, más conocido como Sus Dominios. Esta que te escribe ha sido cacheada por un agente amigo con carita de pena (que ha hecho su trabajo por encima toqueteando sobre todo mi mitad superior, esa tan bien dimimulada con el regalito de Sherlock, retrasando lo inevitable), le han arrebatado todo cuanto llevaba encima, salvo la compra caprichosa de una armónica, y se halla en la poco grata compañía de maleantes muy muy sucios.

Escribo estas líneas sentada al estilo indio junto a los barrotes, desde donde me observa con aire triunfal el mismo Trent que me detuvo. Nada más encerrarme cogió una silla y ahí está, cruzado de piernas en toda su esplendorosa virilidad. Parece ser que ha decidido disfrutar al máximo de la euforia de verme en tal tesitura, cosa que a mí me ya va bien: mantiene a raya a mis compis de celda y puedo comérmelo con los ojos. Tengo la sensación de que los que me rodean disfrutarían torturándome, y, llámame sentimental, me gusta hacer feliz a la gente.

Al principio me quedaba algo de fe, incluso toqueteé la armónica para crear ambiente carcelario (ya puestos, qué menos). A los seis minutos la realidad se estampó contra mis fosas nasales cuando vi orinar a uno de los mentados maleantes en... en...

Es cuestión de tiempo. Las fuerzas de la naturaleza se apoderarán de mí en cualquier momento, y entonces todo habrá acabado. Por ello te escribo este más o menos breve relato que ahora tienes entre tus manos, presupuesto lector, si es que has llegado a conseguir estos papeles que he pedido con el inglés básico y milagrosamente se me ha concedido, probablemente para que el comisario pueda regodearse en su crapulencia.

He disfrutado de una buena vida. He vivido maravillas asombrosas que jamás había imaginado, he sentido, he experimentado lo alto y lo bajo del ser humano, he probado la carne y la sangre del gran Sherlock Holmes, conocido a eminencias y a personas que jamás pensé que podría conocer. No pido más. No deseo nada. Estoy en paz.

De existir la posibilidad, quiero que transmitas esto a mis padres, ya sabes en qué fecha, ya sabes dónde. Aquí está apuntado.

Transmite a mis padres mi amor.

A Cristóbal, mi odio.

FIN
¡JA, JA, JA, JA! Que no, que no.
Continuará...

No he podido resistirme. XD

¡En el próximo capítulo, un gran descubrimiento! ¿Qué ocurrirá con esta nuestra Leona enjaulada?