Otaku Hen |
Brillante 16 - Tu acera y la mía Posted: 26 Feb 2016 12:33 PM PST En el último capítulo parecía todo perdido, pero ¿lo está? ¡Obviamente no! ¡Agradecimientos a Silvia por editarme la imagen! Ha quedado espectacular. ¡Mi dualidad pende de una cadena...! Por supuesto, al final las aguas volvieron a su cauce y yo tomé la determinante decisión de pasar a limpio el amasijo de papeles arrugados en esta resistente libreta de tapa dura con mil páginas en blanco para rellenar, expurgándolos de todo remanente de odio, amargura y palabrotas hacia Cristóbal (aunque te las merezcas, so científico inútil que construyes pulseras maravillosas pero no me sacas de aquí). He aprendido que, con la suerte que tengo, en cualquier momento doy un paso en falso y la diño: mejor dejar testigo de mis memorias. Las experiencias sirven para algo. Escribir mis vivencias es por otra parte hartamente útil, tanto para producirme el efecto relajante de desahogarme como para tener siempre a mano y en cuenta el pasado que me concierne, no vaya a necesitar un día saber cuándo le pegué la paliza a ser Thomas o quiénes han intentado asesinarme o a cuántas damas londinenses tengo galanteadas. Volvamos donde nos quedamos, lector mío. Habrían pasado más o menos cuatro horas desde mi accidentada detención, que la verdad es que se me hicieron cortas. En parte por el frenesí catárquico de la escritura, en parte porque tenía al tren de Trent delante para goce y disfrute y demás sinónimos del deleite visual. Cuando terminé de darle al lápiz ese cuerpo barbado fue toda la distracción que necesité. Le devoré con los ojos sin tapujos ni pavor, ahí sentada al estido indio, con los papeles estrujados en la mano. No tenía nada que perder y me sentía muy orgullosa de mí misma por no haber derramado una sola lágrima. Supongo que mis lacrimales eran conscientes de la necesidad de pasar por el tipo duro. Él me aguantaba la mirada. Pensé que se había tomado mi apetito ocular como el desafío infantil de a ver quién aparta la vista o se ríe antes. De veras que lo pensé. Justo había empezado a ponerle caras cuando mi seguro de vida irrumpió en la comisaría. Lo oí. De repente, el recinto entero se había convertido en un hervidero de O my gods, no, no, nos y For the queens. Al principio, Trent, impertérrito. Se conoce que no quería perder el duelo pupila contra pupila, pero al poco rato me da que se percató de que un barco necesita a su capitán, dado que el ruido en lugar de disminuir se incrementaba, y me dejó sola con los maleantes. ¡No me dio tiempo ni a renegar de mi ateísmo! Arrimaba ya los labios a la armónica a ver si amansaba musicalmente a fieras y piedras cuando Chip entró embalada en la flamante sección de celdas victorianas. Ni siquiera se había disipado el humo del cigarro del comisario, ese mismo que había tenido la gentileza de soplarme a la cara mientras redactaba, en el momento en que vi su mugrienta manita, tan antihigiénica como de costumbre, prenderme la manga. Iba a gatas. El primer impulso fue rebuscar en mis bolsillos. Huelga decir que todo caramelo o huevo duro en su cáscara había sido requisado, lo que quedó demostrado para ambas una vez terminé de darle la vuelta a interiores y exteriores. Juro por mi alijo de sujetadores que esa falsamente serena carita angelical que se me quedó mirando maquinaba o la venganza o el asalto a mano desarmada al cajón de cacharros confiscados. Luego del ¿ande tá la pitanza? quedaba el problema de la comunicación, ¡peeero!, por mucho que haya insistido por activa y por pasiva en lo atontada que soy, la verdad es que tengo mis ramalazos de inteligencia, y entonces tuve uno. Me llevé el índice a los labios, Chip asintió, se enderezó orgullosa y me enseñó ¡el manojo de llaves del celador! ¿¡Qué te han hecho, Roderick?! Nunca lo sabré. Los maleantes, emocionados, no perdieron el tiempo y se apelotonaron contra el acero, adorando y metiendo bulla a la niña (deduje por el tono). ¿Y yo? A esta desgraciada se le agotaron los ramalazos y se levantó y... - ¡Shhhhh! Y les chisté. No me partieron la cara de milagro, menos mal que comprendieron quién llevaba ahí las riendas (la niña). Atusándome un bigote imaginario, medité pros y contras. Pese al hedor, a mí no me valía la pena escaparme de prisión. Pero, ¿cómo explicarle que el embrollo se debía sobre todo a la transeúnte guarrilla que iba por la vida sin enaguas? Más importante, ¿cómo impedirle abrir la celda sin que mis alegres colegas me rompieran todos los huesos del cuerpo? Colegas que, por otra parte, no debían de ser más que ladronzuelos, borrachos y pillos sin importancia para estar en las celdillas de la comisaría en lugar de en una cárcel con todas las de la ley. Señalé la cerradura. Mientras Chip probaba llave tras llave, yo me estiré cuan larga soy (poco), posicioné mi perspectiva por encima del hombro y les eché la mirada Me debéis una. Espero que lo captaran, que amigos, hasta en el infierno. Un par de minutos más tarde salieron todos en tromba. Los faltos de carne se lanzaron por el ventanuco del cuarto, los entrados en ellas echaron cuerpo a tierra y se arriesgaron a la puerta arrastrándose, los ni fu ni fa... no sé qué hicieron, ya había cerrado el calabozo y agachado la cabeza a mis cuatro papeles en blanco. Hemos hablado muchas veces sobre lo que sucedió a continuación, o mejor dicho Chip me ha echado en cara que mientras los Oh, nooo! What the hell! Agagagáaa! retumbaban por nuestros tímpanos, los tracatrá y ¡aaaaaah! por las paredes y los pom, pom, pom en las puertas (siempre se salta deliberadamente el rasrás de sus arañazos y pinchazos en esta mi nuca), yo, como si oyera llover. ¡Ah! ¿Quién me puede culpar? ¡No había tiempo para más! ¡BAM! Uno de los fugitivos atravesó la santa puerta, cuya alma ascendió al cielo de la madera. ¡Pobre rectángulo perfectamente tallado, astillado por el cuerpo corpulento del fugitivo inconsciente! Ah, no, que se movía. ¡PAM! Otro fugitivo, esta vez de los ni fu ni fa, aterrizó sobre el primero. Este dejó de moverse. Esa conocida pierna varonil se deslizó cual serpiente portadora del pecado por el vano, pronto descubrió a un Trent rojo como el carbón en llamas. Trajo a otro par fugitivos poseedores de carnes. Cuatro de siete, no está mal. Detrás de él, sudoroso, jadeante, se encontraba el séquito de agentes de guardia con... Chop envuelto una manta, que no cesaba de forcejear y dejar entrever ahora un brazo, ahora un pie, ahora las dos pantorrillas negras de mugre. Efectivamente, su técnica de distracción definitiva era el nudismo. Exhibicionismo y corretear dentro de la mismísima casa de la ley, y luego me detenían a mí. Si es que me tienen manía. Un segundo: doblé el papel garabateado. Dos segundos: se lo pasé a Chip. Tres segundos: - Baker Street 221B. - susurré. Cuatro, cinco, seis segundos: Chop se zafó, Chip se escabulló entre las piernas de Trent, quién fuera ella. Treinta segundos: habían escapado. Cuarenta segundos: Trent abrió la celda y echó dentro la carcasa de los que fueron mis compis. Para cuando me arrojó a la salita de interrogatorio bien encadenada perdí la cuenta temporal. En parte por los golpes. No sabría describir de pe a pa los acontecimientos posteriores, resumamos simplemente en que don Comisario Feroz no paraba de ladrarme y que yo estaba demasiado concentrada en mi vejiga como para que me importase. Sí. Estaba encadenada a merced del sensual comisario racista, en una habitación oscura que solo le faltaba el espejo falso para explotar el morbo, a solas, y pensaba en las necesidades corporales que no eran, ¡qué derroche de fantasía en vivo! Así es la vida, a contentarse con que tras tanta desesperanza resultaba que cabía la posibilidad de que me librara de la fatalidad, ¡ánimo, vejiga! Y de repente, en el umbral... ¿apareció Smithy? ¿Estaba alucinando? Pues no, no lo estaba, pero creer, me creí a pies juntillas que me había estallado el mentado órgano, porque si no a ver qué explicación tenía que el médico apareciera gimiendo y sollozando y con la ropa hecha un revoltijo siendo como es que su señora no permitiría por nada que saliera de casa sin ir bien planchado. Sin embargo, al final vi que era la realidad, ya fuera por el olor eau de Smithy que emanaba de la axila donde yació sepultada mi cabeza entera cuando me estrechó entre sus brazos, ya por la aspereza de su barba, ya porque, puesta a alucinar, digo yo que la alucinación habría tenido algo que ver con Trent ahí presente y su pistola. Del contenido del diálogo que se precedió acaloradamente acto seguido me enteré como del 5% (porcentaje formado íntegramente por palabrejas sueltas), pero por el contexto vociferante, las caras de congestión y el hombrecillo minúsculo, calvo, de ojos pequeños y gafas grandes que había enarbolando papeles con sellos muy burocráticos, apuesto a que fue algo así: - ¡Exijo que suelte a esta preciosidad! - diría Smithy, que agitaba brazos y piernas y boqueaba y hasta me zarandeaba, pobre de mí, que de casi nada tenía culpa. - ¡Esta preciosidad es mía! ¡Me la he ganado a pulso! - seguro que replicó Trent, dando un sonoro golpetazo en la mesa donde momentos antes había hecho aterrizar mi cráneo - ¡Es un criminal español sin derechos! ¡Y yo no! ¡Yo soy muuuy grande y muuuy importante! Mira qué barba tan perfecta que tengo, ¡mírala! - Tiene derechos bla bla bla bla ciudadano bla bla bla aunque sea un inmigrante sin papeles bla bla bla. - la monotonía vocal ya me indicó en su momento que si poco valía la pena escuchar al hombrecillo, menos intentar descifrarlo ni recordarlo. - ¡Toilete! - exclamé yo. Y así fue como mi vejiga fue liberada. Y, luego, el resto de mí. Smithy y el abogado se quedaron para firmar no sé cuántos papeles, tres o cuatro agentes me estrecharon la mano, palmearon mis hombros, quisieron intercambiar esos golpes lúdicos tan masculinos y terminaron propinándomelos unilateralmente. Todo muy bonito, pero no me devolvieron las chucherías. El comisario me escoltó hasta la salida, rabioso sin duda. Ahí fuera era negra noche, solo el dueño de un reloj sabría qué hora era. Las farolas iluminaban débilmente la penumbra, el aroma del agua sucia y los desperdicios de caballos flotaba en el aire. Era un cambio agradable y un buen fondo para despedirme del azote de la ley. - Eres un bruto acabado, solo te salva ese portento de cuerpo que Dios te ha dado. Y ese color que me hace preguntarme si tendrás el vello inferior a juego con la barba. Él se quedó mirándome con esos ojazos suyos, con gesto de asombro e incomprensión mientras yo le regalaba una sonrisa ladeada. Sin duda se devanaba los sesos pensando en qué le habría bufado el mequetrefe de sus pesadillas con esa cara. - ¿¡Qué?! - voceó. O eso creía yo. - ¿Has dicho qué? Admito que cierto sudor frío me empapó, pero no entré en pánico. Hay un máximo de emociones intensas que el cuerpo humano es capaz de manejar en veinticuatro horas. Desvié la mirada como quién no quiere la cosa, giré cabeza, cuello, tronco, moví pies y piernas, di un pasito, luego dos. Vi a Chip y Chop a la paradójica sombra de una farola a treinta pasos de mí. Chop se entretenía doblando los garabatos que le había dado a su hermana horas antes, resiguiendo los bocetos de la pulsera y sus intestinos. Me encontré con los ojos de Chip y supe que la tenía. Pero no entré en pánico, tenía la anatomía baja de esa sustancia. Continué mi marcha pausada de caminante no hay camino, llegué a ellos, pasé de largo y me siguieron como pequeños soldados. Conforme nos alejábamos de luces y ojos, Chip me mostró lo que necesitaba y al final me lo metió en la mano. Yo no tenía prisa porque ya sabía que lo importante funcionaba, pero ¡guau! ¡Sherlock la había reconstruido! Aunque... no del todo. Entenderás que no tardase en ir directa al hogar del señor Holmes, ahora que podría entender las cuatro verdades que pensaba decirle. Por supuesto, iba sola. No me esperaba que... qué te voy a contar, a estas alturas he aceptado que mi sino es no esperarme nada. ¡Placaje a traición! Una masa negra hecha de puro músculo me derribó, me agarró por las muñecas, me arrastró a un callejón, por qué será Londres un gran callejón que incita al crimen, por qué. Espalda contra la pared, fui a darle la soberana patada defensiva de rigor cuando el agresor pegó unos carnosos labios contra los míos. Labios barbados que hacían cosquillas, con sabor a chimenea. Lengua vigorosa que, introducida en el paladar, era lamer ceniza. Cortas pestañas que barrían la piel al acercarse una y otra vez. El beso más pasional de mi vida. Apretada contra el desconocido, hundí las uñas en hombro ajeno de forma inconsciente, ya que tenía la cabeza en otra parte, más concretamente entre las grandes manos de ese nuevo atacante tan agradable, que me acariciaba, me mesaba los cabellos, bajaba los dedos con ímpetu a mi trasero. Oye, así da gusto. Un rayo de luz artificial se filtró en la escena, lo cual, si bien no me hacía falta, confirmó mis sospechas. - Trent. - se me escapó en cuanto dejó respirar a mi garganta. Mordisco en el cuello. Descendió hacia la parte baja que me pertenecía... Aydiosmío, el comisario Trent O'Brian era homosexual y deseaba el pene que no tenía. Una vez más mis manos fueron más rápidas que el relativo entendimiento que poseo y lo detuvieron antes de que me abriera la bragueta o me diera algo. Madre del amor hermoso, había recibido más besos y más que besos en esas últimas noches que en veintidós años de existencia, estaba claro que el travestismo me favorecía. Se detuvo. Atisbé o quizá más bien adiviné el nerviosismo dominante entre las sombras. Debía tener mucho tacto al rechazarle si quería conservar íntegras todas mis costillas. - Lamentándolo mucho, mi comisario, aunque no tengo nada en contra de estas inclinaciones, no quiero que me den por detrás. Jadeó. - Puedes darme tú... Oh. OH. - ¡Qué narices! Bájate los pantalones. Continuará... ¡Un descubrimiento apoteósico! ¿Qué sucederá? ¿Qué fantasías suscitará? XD |
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