Otaku Hen

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Axia 03 - Flechazo

Posted: 22 Apr 2016 03:47 AM PDT


Últimamente llevo bastante buen ritmo, ¿verdad que sí? ¡Toco madera para seguir así!

En el último capítulo, ese taaaan corto, Riri e Ina acababan de llegar a Flotsam y la dulce flauta de Iorveth (¡JAJAJAJA!) los había conducido ante él, ¿qué ocurrirá? ¿Qué misterios habrá? ¡Puede ser su graaan... día!

Asdfgasffdg.

Por tormenta y tempestad, por rayos y truenos, por seis sirenas airadas que en la venganza buscaron consuelo y medio calvas estuvieron a punto de quedar en el proceso, el trayecto hasta Flotsam duró tres semanas. Y no miento cuando asiento y pienso que ese tiempo tuvo como efecto que nos hiciéramos íntimos. ¿Qué puedo decir? Mi simpatía no tiene par e Ina no tenía con quién charlar.

"Los brujos no tienen corazón", dice la gente. "Los brujos son monstruos de avaricia y corrupción", aseguran todos. ¡Me río yo del saber popular! Ante mí tenía la andante prueba fehaciente de que había vivido en la falsedad. Si bien, es verdad, de tomar como ejemplo al Conejo Blanco, lo que no tienen es tacto ni ojo para los años. ¿Por qué insistía en llamarme "criaturita", cuando a ojos vista soy hombre hecho y derecho con el pubis cubierto de pelo y todo crecido y bien hecho?

- Por mí como si la tienes como un trol excitado: eres un humano de veintitantos. Para mí eres una criatu... ¿pero qué haces? ¡Cúbrete! - y empezaba a reír y reír y reír hasta prácticamente morir, que parecía asfixiarse. ¿Y yo? Yo me cubría, pudoroso.

Cuando desembarcamos y a nuestra brujilla le echaron al cieno las doradas monedas que tan a pulso se había ganado, si bien es cierto que la segunda acometida de sirenas algo que ver tuvo con ese sentido del humor que hubo con la primera, yo ya sabía que no volvería a ese barco sin ella. Desde aquella primera noche había tomado la decisión de hacerme famoso con su crónica, y para ello tendría que acompañarla adonde fuera. Una suerte que nos hubiéramos caído bien.

Mientras recogía y limpiaba el vil metal quise hacerle mil preguntas, pero solo una escapó de mis labios: ¿por qué vas a Flotsam, alma de cántaro?

- Para buscar trabajo, ¿a qué si no? He oído por ahí que está infestada de monstruos.

Esperaba que la moviesen actos épicos, ¡decepción sobre mí! Esta mujer no solo es más neutral que Kaer Morhen, ¡no sabe nada de política! Y si alguien misericordioso, bondadoso y hermoso intentaba instruirla al respecto, tendía inmediatamente a cambiar de tema, a distraerse, a callar, sonreír y asentir como mucho para acto seguido borrar de su memoria esa importante disciplina que a todas luces suscitaba en ella poco menos que indiferencia.

Pues claro que Flotsam estaba infestada de monstruos, pero esos monstruos de los que hablaba la gente eran los no humanos. Probablemente oyó de refilón una conversación sobre la política anti-no-humanos de Loredo, patán al frente de la comunidad, o quien le brindó tan amablemente la información pretendía insultarla. No obstante, la Fortuna quiso complacerla con endriagos, nekkers y demás bicharracos.

Emprendimos el camino hacia Flotsam, como os he contado, y al poco la dichosa flauta empezó a verter sus armonías entre los árboles del bosque. Ina me regaló una sonrisa que la haría parecer adorable e inofensiva de carecer de cicatrices u ojo de sangre. "¡Tócame algo!", me pidió. Fui a tocarle algo, me propinó un tortazo y ya después de lamerme las heridas tomé el laúd entre mis habilidosas manos desaprovechadas para acompañar a la flauta desconocida.

Ina danzaba mientras caminábamos, ¡qué muchacha tan alegre para profesión de tan crueles quehaceres!

Y con el elfo terrorista, racista y más istas nos topamos. ¡Oh, trampa sin perdón, implacable uso del musical don! El flautista nos condujo con afinados acordes a la que suponía nuestra perdición. En un claro del bosque, tumbado a la bartola en las diría que no muy cómodas ramas de un frondoso árbol, se hallaba Iorveth, el temerario.

Fue internarnos para gozar de una mejor perspectiva y visión cuando arcos y flechas sin parangón nos rodearon sin compasión. ¡Si solo éramos dos!

- ¡Dos dh'oine en mi bosque! Ejemplo de la escoria de su raza. - describió la situación, como si hiciera falta, recalcando la palabrita en la que vertía todo el desprecio que le envenenaba.

Aunque el miedo admito, tampoco niego la emoción. ¡Vería a la brujilla en acción! Esperanzado viré la mirada para posarla sobre mi heroína, fabulando que ya habría desenvainado la de acero. Pero, ¡ah! Las altas expectativas dan lugar a forzosa decepción. De momento las espadas dormían en la funda donde descansar solían. Inquisitivo contemplé a mi compañera, quien me guiñó el ojo. O parpadeó. Es difícil saberlo.

- Ceádmil, Aen Seidhe. ¿Scoia'tael?

En efecto, el Conejo Blanco conoce La Lengua Antigua, ¡no tanta decepción sobre mí! Sorprendido me encontraba, pero chapurreaba lo suficiente de la vieja lengua como para saber que acababa de saludar al pueblo élfico y de preguntarles si eran ardillas. Podréis pensar quizá que por ello algo de política básica sí supiera, pero caeréis en craso error: eso es conocimiento del mundo.

Ina contempló fijamente al elfo scoia'tael, toda ojo rojo, menos amedrentador a la luz del día, menos terrorífico, infinitamente menos intimidante tras dejar que se oyera su voz... y pese a ello inquietante de todo punto. Le gustó lo que vio. ¿Que cómo lo sé? Porque le inquirí sobre la flauta del flautista y recibí una respuesta más que directa. Comprendo el racismo, amigos míos, lo comprendo perfectamente.

La cuestión es evidente: si a su ojo era yo una criatura, ¿era un miembro de la raza longeva... un hombre?

Chasqueó los dedos ante mi yo adentrado en la reflexión metafísica, esos dedos que poco antes posaba sobre su pecho escaso. Su expresión era pura emoción.

- Quédate detrás de mí con tu laúd, peque. No dejes de tocar, ¿quieres? No todos los días se tiene el lujo de contar con música de fondo.

No cabía duda de que el detalle dotaría la escena del toque de dramatismo preciso, por lo que rasgué las cuerdas obediente, contento de pasar a segundo plano. Ahora bien, ¿era consciente de que estábamos ante un líder terrorista buscado por la ley? ¿No iba a zurrarle? ¿Iba a zurrarle y la música servía de distracción como el postizo? ¿Tomaría su cabeza y cobraría la recompensa? ¿Podría ella sola con tanto elfo con arma a distancia?

- Chitón.

¡Es el sino del bardo callarse la boca y a observar limitarse!

Ina avanzó poco cautelosa por el claro, sin ápice aparente de temor. Las puntas de las flechas hicieron lo propio, apuntándola un paso, luego otro, centrándose al unísono. Bailar parecía cuando sus rosadas uñas, toque de color en mar de blancura, arañaron su conejito de peligroso contenido, cuya panza se tornó anaranjada. Quen le iluminó el cuerpo con su protección durante un segundo, las cuerdas se tensaron (las mías y las suyas). Quedé yo olvidado, eliminado como amenaza.

Las cuerdas vocales de Ina también se habían preparado, habló con timbre dulce en el idioma élfico todo el rato. Sé lo que dijo, estoy bien informado:

- ¿Tú eres Iorveth?

Nuestra brujilla le dedicaba una intrigante sonrisa al elfo que, arrogante, la miraba por encima del hombro y de la cabeza y de todo, cosa para la que a todas luces no necesitaba estar subido a ese tronco. Me resisto a describir su fisonomía cuando hay carteles suyos allá adonde vaya, sé bien que le conocéis. Describirlo es, a mi canto, superfluo; a mí, ingrato.

Iorveth asintió. Ina permaneció callada unos segundos, largos segundos que pesaban, asfixiaban y dolían para aquellos que invertían sus músculos en tensar cuerdas. Pero ¡eh! Que se fastidiaran. Ella cerró el ojo. Se encogió de repente, contrajo las manos, abriéndolas y cerrándolas cual si no supiera qué hacer con ellas, echó la cabeza hacia atrás con un movimiento de coleta mortal si le llega a dar a alguien. La sonrisa se le crispó y las manos, ahora puños cerrados, se alzaron al cielo.

La tensión se volvió sólida y mi música puro suspense, hasta que...

- ¡Kya!

Hasta que Ina tiró por tierra toda epicidad con su gritito de niña pequeña a la que le han reglado una muñeca. Los elfos, anonadados; Iorveth, estupefacto; servidor, más o menos impresionado. Ya la iba conociendo. Ajena al estupor general, el Conejo Blanco se puso a dar saltitos por el lugar.

- ¡No me puedo creer que esté delante de un famoso! - más grititos - ¿Me firmas tu cartel?

Entre brincos extrajo del libro que se agitaba en el cinturón el cartel de busca y captura del señor. La situación era digna de ovación, sin mediar palabra Iorveth bajó para acto seguido, mediando groserías élficas, firmarle el cartelón mojando el dedo en un tintero, para colofón. La bruja no cabía en si de gozo y tuvo la deferencia de volver a hablar la lengua con la que nos enterábamos todos.

- Los dibujantes no te hacen justicia. - gran sonrisa para el cartel sin vida, antes de doblarlo y guardarlo sin pensar en secar la tinta - Te has equivocado de ratoncitos a los que echar en la trampa, ¿verdad que sí?

- ¿Qué te hace pensar eso, bloede beanna foilé? - "maldita mujer loca", la bautizó. Parecía nervioso.

- Bueno, somos dos mindundis sin importancia, no llevamos nada de verdadero valor, nuestra muerte le es indiferente al mundo y nadie pagaría rescate por tan solo un taedh que acaba de empezar su carrera y una humilde vatt'ghern que ni siquiera es humana, de lo cual no te habrás percatado, me da el pálpito.

Ina le dio un par de palmadas en el hombro con toda la familiaridad.

- No sé, llámame loca, algo me dice que no valemos la molestia. - y se rió.

El elfo debió de plantearse sin duda qué sería realmente mi muchacha. Fue inevitable la punzada de superioridad que me embargó, como era inevitable rendirse a la evidencia. Estaba manifiestamente claro que el objetivo de Iorveth era Vernon Roche, a quien llevaba tiempo esperando, para quien había tendido trampas, hecho planes... pero no se pasaría voluntariamente por su bosque hasta dentro de una temporada, así que de momento íbamos cayendo los demás. Daños colaterales, aprovechar el tiempo, llamadlo como prefiráis.

- Rey o mendigo, da absolutamente lo mismo. Dos dh'oine menos. - ¡terco!

- No todo el mundo ve las cosas tan negras como tú lo haces. Yo no soy humana, pero una vez lo fui. Soy una no humana, pero no siempre lo fui. ¿A quién tendría que pisar yo para sentirme aceptada? ¿De qué me sirve a mí mancharme de sangre y pasarme luego las horas lavándome?

Confieso y me avergüenzo de hacerlo, no me esperaba el ingenio. No obstante, la sesera que hay en mi cabeza no solo adorna la música y las anécdotas, si reflexiono, soy muy capaz de ver que Ina es una paria. Es tan rara que jamás será un miembro respetado de la sociedad. Y ella lo acepta y lo aprovecha. Al contrario que otros brujos taciturnos, vive y se comporta como niños y perros: es dervergonzada y libre, hace lo que le da la gana, ladra lo que le da la gana, siente lo que le da la gana. La consecuencia es que deja la impresión de ser una cabezahueca.

- ¿Nos dejas pasar, oh, célebre Iorveth de los bosques? Somos neutrales.

- ¡Neutralidad! O estás con nosotros o contra nosotras.

Nuestra brujilla frunció ceño y labios, toda era fruncimiento. Cualquiera pensaría que insistiría en su condición de bruja al so radical, a ver si le entraba en la cabeza, o que le replicaría que si tenía un monstruo que le molestara y dinero, estaba con él. Pero no. Ella desvió el ojo rojo, dejó que un súbito rubor le coloreara la blanca faz y se mordió la sonrisilla para detenerla.

- ¿Tanto te he gustado?

Iorveth se cruzó de brazos, le dirigió la misma mirada que Ina me dedicaba cuando le enseñaba el vello púbico (antes de estallar a risotadas). Ella, por su parte, empezó a golpetear el suelo con un pie. Silencio.

- Los tuertos tenemos que apoyarnos, ¿verdad que sí? - decía con coquetería.

El elfo estaba claramente poco acostumbrado al flirteo salvaje, atención que no merecía fuera trampa o no lo fuera. Dejé de tocar. Ina se volvió para mirarme mal... no pudo ser.

El silbido cortó el airte, el estallido de Quen lo volatilizó. No había qué llevar a los pulmones para cuando nos percatamos del impacto de la saeta traidora, disparada con la vileza felona. Este desamparado bardo apenas logró atender a la situación siquiera de otra forma que no fuera fragmentada. Me precio por mi sinceridad, público mío: se sucedieron una serie de escenas.

1º: El cabello de Ina flotando, subiendo y bajando, enredándose en su cuello, blanco sobre blanco.

2º: Igni, Aard, chispas, laúd hecho trizas. Dos scoia'tael menos.

3º: Servidor haciendo las veces de barril arrojadizo en manos de Ina, que me sostiene por encima de su cabeza. Veo sangre bermeja brotar de la saeta...

4º: Vooooolaréeeee, ¡ooooh, ooooh!

5º: Un frasquito vacío sucio de purpúreo líquido a los pies de la heroína, por cuyas piernas se esparcen oscuras venas. De la saeta caer veo sangre negra...

6º: Las piernas. Las piernas en un tronco. Las piernas en el pecho de una ardilla. Las piernas, las piernas, las piernas.

7º: La blanca mano surcada de riachuelos brunos sobre la cara de Iorveth, quien pone el sable en la yugular blanca y negra con una mano y sostiene con la otra la coleta del engaño.

Iorveth - ¡Bla bla bla élfico!

Ina resoplante, ceñuda y exasperada - Eres una gallina gigante.

Iorveth - ¡Cococó!

Scoia'tael conscientes - ¿¡?!

Tras todo ello y sobre todo luego del disparate último, una Ina de palidez mortuoria y aspecto general de espanto me recogió del arbusto con la diestra todavía centelleando, echándoseme al hombro como si almohadazo de plumas fuese un servidor... ¡y corrió! ¡Qué veloz corrió mientras Iorveth hacía co-co-có y las ardillas sin el cráneo abierto se arremolinaban a su alrededor!

Solo en ese instante, debido a mi postura y posición, que vendrían a ser lo mismo de no ser yo, reparé, lo juro, en que la saeta la tenía Ina clavada en el c... el trasero.

Entonces, y solo entonces, comprendí la fabulosa utilidad de la señal hipnótica, Axia.

Continuará...

¡Bueno, bueno! No es tan largo como el anterior, ¿verdad que no? Espero que os haya gustado y no os haya molestado lo rimado si lo habéis notado, que cuando me pongo en modo Riri todo es poesía sin límite. XD