Otaku Hen

Otaku Hen


Brillante 12 - Que hace suspirar

Posted: 17 Dec 2015 02:19 AM PST


Ay, el 12 del 12, como no podía ser de otra forma, he cumplido años. Veintitrés. Me siento vieja. Solo me quedan siete años para los treinta, diecisiete para los cuarenta, y así a un paso de la decrepitud y la muerte. Ay... Por otra parte, ¿a que ahora tenéis metida cierta cancioncilla Disney en la cabeza? ¡Muajaja!

A la porra los especiales navideños, ¡la gente quiere más fanfic!

¡Riiiing!

Es usted mujer, había dicho. Como quien vaticina que va a llover. Como quien advierte una mancha de pintalabios en camisa ajena. Como quien comenta que hay más sal de la culinariamente aceptable en la sopa.

Quizá por eso no me sentí amenazada.

Me lo soltó, tan natural, cuando el sirviente que me había acompañado cerró la puerta, dejándonos a solas. En mis oídos retumbó su voz clara, carente de inflexiones, junto con el crepitar de la chimenea. En mis córneas, la tenue luz, su rostro adusto, vetusto, robusto, bien afeitado, de mirada gris e indolente.

- Parece usted tan animado como un paciente con tendencias suicidas sometido a vigilancia continua. - le comenté a la vez que me situaba frente a su persona y entrelazaba las manos detrás de la espalda.

- Y usted no parece temer que la denuncie a las autoridades.

- ¡Uy! ¿No sería demasiado esfuerzo?

Levantó una ceja.

- Ciertamente. - la ceja volvió a su lugar de origen - Comprendo. La lucha con sus demonios internos la ha dotado de la rara virtud de la observación.

- Dejé de luchar contra mis demonios internos. Ahora estamos en el mismo bando.

No, no me sentía amenazada. Sin embargo, estaba en desventaja. ¿Qué sabía yo de aquel caballero? Casi nada. Ni un dato en su contra. Iba a tener que usar... el truco. Era inteligente, vago, hermoso y orondo. Era un gato casero. Le miré y vi un british gris y mofletudo que en lugar de sorber una taza lamía una lata. Ya sabía cómo abordarlo.

- Y una... - sonrió con gracia, cual gato de Chesire - Me temo que no dispongo de un vocabulario tan amplio como del que suelo alardear. No sé cómo etiquetarla.

. ¿Qué tal "persona"?

- Simple. - hizo una pausa. En mi desbordante imaginación se atusó los felinos bigotes - Una "persona" observadora ya sabría en tales circunstancias como las que nos ocupan por qué se ha solicitado su presencia.

Tuve que rebuscar la mítica aguja en el pajar de mi mente, ya que Amanda me había dejado más tonta de lo habitual, pero me hacía una idea. Esperé a que volviera a mojarse los bigotes lamiendo la latita, a que tuviera la boca llena. Cubrí mis ojos con mis manos, y luego no imaginé que estaba ahí disimulando por mí, sino que ejecuté la pose femenina con ligera desviación de cadera.

- De mi relación con "Sherly".

El gatón se atragantó. Descubrí los ojos, le di palmaditas en el lomo y le ofrecí el pañuelo blanco de mi bolsillo.

- Sabía que llegaría este momento, cuñado...

La lucha de su garganta desgarraba el aire y chisporroteaba más que la leña ardiente. Agarró el pañuelo, medio ahogado por mi ataque a bocajarro, arañándome los dedos en el proceso. De alguna forma recuperó el control de los órganos respiratorios. Me quedé con la sensación de que había expulsado una bola de pelo.

No dijo nada. Me evaluó en silencio.

- Es difícil de aceptar, pero Sherly ya es mayorcito. - movimiento de cejas - Y tiene necesidades...

Otro silencio. Era como estar sometida al detector de mentiras. Menos mal que yo no estaba faltando a la verdad. Manipulándola, sí, pero faltarla jamás, con lo educada que soy yo.

- ¿Qué sabe usted sobre mí? - dijo por fin.

Empezaba el interrogatorio.

- Sé que es el hermano mayor, que a Sherly y a usted les separan siete años de edad, que los movimientos que ejecuta a diario se reducen al trayecto entre sus aposentos, el Club Diógenes que usted mismo cofundó y su trabajo en la administración británica. Sobre su posición en el gobierno, ¡casi nada! Básicamente sé que es de vital importancia, pero también lo es regar para un jardinero. - me encogí de hombros - Por cierto, ya que el no ya lo tengo, ¿en qué consiste exactamente su trabajo, señor mío?

- Por favor. - hizo un ademán con la pata.

Vale, ahí las preguntas las hacía él. Como quería impresionarlo, hice memoria.

- Es preciso ser discreto cuando uno habla de asuntos de Estado, ¿no? Acierto con que está bajo el Gobierno británico. También acertaría en cierto sentido si dijese que, de cuando en cuando, el Gobierno británico eres tú, cuñado.

Le guiñé un ojo, no sin coquetería, preparándome para volver a tratarlo de usted. Si es que me crezco y me pongo impertinente...

- Ocupa una posición única, que usted mismo se ha creado. Hasta entonces no había nada que se le pareciese, cosa natural, dado que dispone del cerebro más despejado y ordenado, en palabras de su hermano, "con mayor capacidad para almacenar datos que ningún otro ser viviente". No obstante, como en todo hombre, entre tantas virtudes se esconden unos pocos defectos: el sedentarismo, la pasividad, la indolencia. Defectillos que lo llevan a solucionar los casos sin basarse en ninguna prueba aparente y confiando en Sherly para los detalles prácticos.

El micifuz gigante ignoró la parrafada, o la dio por buena sin comentarios, y pasó a lo importante. Un gran paso en el camino de la confianza fraternal. Yo, por mi parte, empecé a aprovechar las pausas para examinarme las uñas.

- ¿Qué clase...? - dudó - ¿Qué tipo de relación dice mantener con él?

- Pregunta difícil, ¡casi siempre tenemos puntos de vista distintos! Sobre todo porque él es mucho más alto que yo. - parpadeo - Digamos que él ha estado en mi casa, yo en la suya, y que guardo con mimo una bufanda que otrora calentó su bonito cuello en un lugar secreto, además de otras prendas.

Miaucroft se frotó el hocico con la zarpa.

- ¿Conoce él la verdadera naturaleza de su anatomía?

- Me ha visto desnuda.

Las aletas de su nariz aletearon. Fingí esa vergüenza que una vez perdida se perdió para toda la vida.

- No le importará que le llame para confirmarlo. - me notificó a la vez que se ponía en pie pesadamente. No, no era una pregunta.

Abrí la boca. La cerré. La volví a abrir. ¿La señora Hudson había instalado un teléfono? ¡Léame la mente y respóndame, hombre! Pero no, el micho solo quiso dedicarme una sonrisa irónica carente de energía.

- No se halla en Baker Street, ¿no lo sabe?

- Desde luego, a mí no me lo ha dicho. - y no se me pilla tan fácilmente, que hay que ser tonta de remate para caer y seguir la corriente. Sonreí con malicia - Seguro que está con el caso ese de... mmm... ¿El signo de los cuatro? ¡Vamos a molestarlo!

Y le molestamos, vaya que sí. Miaucroft hizo girar la ruedecilla del teléfono antiguo lentamente, número a número, sin pedir ayuda a la operadora, se puso en contacto con Holmesito en menos de un cuarto de hora, cuando ya estaba aburrida perdida, y... bueno, estaba aburrida perdida, ellos se lo habían buscado. Así que apenas dejé que el presunto cuñado interpretase el protocolo familiar de coordenadas y situación actual, puse las manos como bocina y le grité al auricular bien fuerte. Balbuceos sin sentido, por cierto. A Miaucroft casi le da un infarto ahí mismo, guiándome por la cara de casi ictus.

- ¿¡Leona?! - exclamó el teléfono, sin dar crédito.

- ¡LE HE DICHO A MIAUCROFT QUE ME HAS VISTO DESNUDA! - espero que no hubiera un sirviente cerca.

- ¿¡Qué has hecho qué?!

Holmesón colgó. De golpe. Parecía asombrado.

- Dice la "verdad" muy alegremente, Dantés.

- Que sea una chantajista travestida no implica que sea una mentirosa. - que también, pero no necesariamente.

- Sincera o no, me ha distraído deliberadamente. Es evidente que, pese a las apariencias, está en pleno uso de sus facultades mentales. Conoce los motivos por los que la he llamado. ¿O creía, francamente, que el saqueo sistemático de las arcas de la aristocracia inglesa pasaría desapercibida a esta institución?

- Pensé que sería bonito que primero supiera lo cuñados que somos. - confesé, encogiéndome.

- Quiero comprarle la información.

- Oh. ¡Oh!

Todo se volvió agradable. No te atosigaré con detalles, lector. Le conté cositas. Firmamos un contrato verbal. Nos estrechamos las manos. Le besé las mejillas para despedirme a la española y él se apresuró a limpiarse con su propio pañuelo (el mío solo Dios sabe dónde había ido a parar). El tráfico de información resultaba muy lucrativo.

Estuve punto de irme en cuanto nos despedimos, pero mi anfitrión (aunque no fuera su casa) me aconsejó que no me fuera todavía, que sería una pena que me perdiera la cena. Y yo, ¿una cena inglesa? Puaj. Sin embargo, bien pensado, ¿por qué no? A ver si es verdad que esta rancia nobleza come y digiere en una pomposa mesa interminable rebosante de cubiertos, adornos y de todo menos de lo importante: buena comida. Y efectivamente.

Me sentaron entre una silla vacía, seguramente la de Amanda, que había hecho mutis a lo grande, y una ocupada por la mujer del pelo cobre bruñido que había conocido cuando me topé con la inolvidable Alicia, que me miró por encima del hombro. No era fea. Tenía la piel pavorosamente pálida, mortecina, y unas ojeras aún más pronunciadas que las mías, eso sí. El aliento le apestaba a vinagre. Al parecer, la costumbre era poner dos floreros entre hombre y hombre, porque no vi a ningún caballero sentado con otro de su mismo sexo.

Sé muy bien lo que te ronda por la cabeza, lector mío, ya nos vamos conociendo. Sin lugar a dudas, crees a pies juntillas que me quedé embobada diez minutos con las copas de cristal en forma de flor. Y tienes razón, cien puntos para ti. Lo dicho: nos conocemos. Lo fascinante del embobamiento fue que pasé del cristal multicolor al sudoroso comensal que tenía en frente. Reconocería ese bigotillo recortado y pintado en cualquier parte.

Cruzamos la mirada. Ese semblante espantado tenía escrito por toda la faz que debía de haber llegado mientras estaba reunida, pues de haberme visto ni que fuera de lejos habría puesto pies en polvorosa. ¡Ja, ja! Estaba blanco como la cal. Y fatal. Satisfactoriamente fatal. Un morado en la frente, hematoma disimulado descaradamente con maquillaje, otro bajo la manga siniestra, el brazo derecho en cabestrillo. ¿Y la pierna? ¿Cómo estaba la pierna en la que tanto me había empleado? Tan para el arrastre y había venido a la fiesta. ¡Claro! ¿Cómo perderse tamaño evento social?

- ¡Ser Thomas! ¿Cómo van esos huesos?

Le di un golpecito en la pantorrilla con la punta del zapato bajo la mesa y me topé con el yeso. Dio un respingo. Olí el dolor y el miedo emanando por cada poro de su piel. Me gustó. Sentí cómo me ascendían las comisuras, malignas, cuando interrumpieron mi idilio sadomasoquista.

- De modo que español. - me espetó la arrogante compañera que me habían puesto a la vera, como riéndose. Genial, otra racista.

Asentí.

- ¡Cuánto daño ha hecho la Inquisición española! - exclamó como si se le hubiera ocurrido la ocurrencia del siglo con que tocarme las narices.

- Igual que la guillotina, la Revolución Francesa o la Guerra de las Dos Rosas inglesa, si bien no tanto como la Inquisición en Francia o Alemania. - repliqué.

Se calló la boca. Yo empecé a darle pataditas a ser Thomas mientras llegaba el banquete. El primer plato, para gloria de mi paladar, fueron codornices. Iban con una salsa rara de piñones y ciruelas que servían los camareros o como se llamen, pero bastó una mirada de Hazlo y te rompo el brazo (apoyada por el sufrimiento del ser) para que el mío alejase esa asquerosidad de mi manjar con un gritito. Me comí el cuerpo con cuchillo y tenedor elegidos al azar, pero educadamente. Lo mejor, para el final: los muslitos. Esos me los comería con las manos, con premeditación y alevosía.

Cogí uno, estaba a punto de hincarle el diente... cuando la bruñida me hirió los tímpanos con el retintín que bailaban sus cuerdas vocales.

- ¿No se cansa de hacer el ridículo? - ña ña ña, ña ña ña - Este no es lugar para la chusma.

¡Aj! Le posé la mano en la rodilla, para agitación de la avinagrada. Extendí los dedos y apreté. Ella inhaló fuertemente. Le sonreí, yo toda dulzura, ella toda asombro, expectación.

- O te callas o te doy un puntapié donde no brilla el sol. ♥

Se me quedó mirando. Supongo que la amenaza no tenía mucho sentido para una inglesa. Podía ser cualquier parte del cuerpo. Para el caso dio igual, estupefacta se quedó y cerró una vez más esa boquita. Así estaba más guapa. Me habría vanagloriado, pero el segundo plato era asqueroso. Como tirarlo era una pena... se lo pasé a ser Thomas. "Come", ordené. Y comió. Podía acostumbrarme a eso.

Con tantas emociones, casi ni me fijé en el hecho de que unas largas piernas habían aparecido detrás del esclavo enyesado. Casi. Tampoco me olvidaba de las extremidades que sujetaban las nalgas más perfectas de este lado del océano. No iba arreglado para una fiesta. Jadeaba. El pecho le subía y le bajaba. Estaba despeinado. Hacía mucho calor de repente.

- Tírate la copa encima. - le dije al convaleciente.

Dudó. Le hice un gesto con la mano, lo miré a los ojos. Balbuceó un "S-sí, señor Dantés" y se echó todo el vino por el frac, mojándose las escayolas. Yo solté una risita y le comenté que sería mejor ir a limpiarse ese estropicio, patoso, y que dejase el asiento libre. ¡Y lo hizo! ¡Renqueó hasta el baño! Es bonito eso de ser el gallito del lugar. Invité al detective a sentarse ahí, delante de mí.

- Señor Holmes. - lo saludé.

- Leona. - me correspondió.

- ¿Tanto interés te ha suscitado esa llamada?

Tragó saliva. Parecía querer hablar conmigo, contestarme y bien, aunque no ante el público que nos vigilaba. Debía de ser así si se había apresurado tanto en venir. Bebí un sorbo de vino, cosa que me hizo torcer el morro. A mí es que me sacas del agua, los zumos, el chocolate y la leche caliente y ya no me gusta nada líquido. Si es que no lo puedo evitar, es verlo y me devoran las ganas de hacerme la interesante e impresionarlo.

Preocupación por la sexualidad superada, oye. Pon un Sherlock en tu vida, es mano de santo. No me hacía falta ponerme a prueba, no precisaba demostrarlo, y aun así... Puede que fuera la erótica del poder, puede que el sorbo amargo me hubiera afectado. ¡Ay!, me dejé llevar. Es que... estaba justo delante de mí. Con tan solo una mesa con manteles separándonos. Mirándome intensamente.

Me quité el zapato.

Y hundí el pie en su entrepierna.

Continuará...

Ay, estos Holmes holmesianos que me llevan por el camino de la holmesiana amargura y me obligan a hacer estas cosas, que yo no quería ni pretendía ni por asomo... XD