Otaku Hen

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Brillante 13 - Algo entre los dos

Posted: 03 Jan 2016 04:49 AM PST


¿Lo pilláis? ¿Lo pilláis, lo pilláis? ¡JA, JA, JAA! ¡Pillinas! Me parto con mi propio título, si es que no necesito risas enlatadas. XD

¡Hace un año que no escribo! ¡Feliz año nuevo!

¡No soy de resistirme!

Lo segundo que más me gusta del gran detective no es ni su intelecto, ni su labia, ni su Asperger. Es el color de sus ojos. Siempre azules, pero con matices distintos para cada ocasión. Azul hielo roto cuando me desprecia, para cortarme con la mirada. Azul ola de mar cuando reflexiona, para calmar, callar y dejarle meditar. Azul acuático en aquel instante bajo la luz de la luna, color que, enmarcado por el negro de los bucles del cabello y mezclados con la penumbra de la bóveda celeste, me ponía tontorrona...

¡Sé perfectamente qué te pasa por la sesera, lector sesudo! Adelante, llámame superficial si quieres. El caso es que tanta belleza me hubiera resultado fea de haberme caído mal quien la ostentaba. Ah, la subjetividad humana y divina...

Por eso no me extrañó en su momento ni me extraña ahora, al rememorarlo, experimentar esa sensación que presupongo recorre la espina dorsal de ser Thomas cuando le azotan con soltura. ¿Qué puedo decir? El empujón de Sherlock fue estimulante, chocar contra el carruaje fue estimulante, aterrizar en el suelo que empezaba a cubrirse de nieve recién caída fue estimulante, ¡por Dios! Incluso el frío que estaba cogiendo entre la helada ambiental y la ropa mojada me parecía estimulante.

Estaba borracha de la emoción, no hay otra forma de describirlo. La escasa luz de las farolas de la mansión, los copos de nieve que caían sobre nuestras cabezas, su proximidad, nuestro aliento elevándose como el humo del tabaco. Tantas emociones no podían si no acelerarme el pulso ¡y ponerme muy tonta!

¡El corazón me latía tan fuerte! Lo sentía en las orejas. Quería hacer locuras. ¿Cómo era aquello que dijo un sabio? La lujuria nunca duerme. No me importa, yo soy insomne. Cuánta razón. Pero tampoco es que fuera a dejarme llevar a lo loco, que está el problemilla ese de las venéreas y el control de natalidad, que por causa y efecto una se queda preñada y luego qué, a hacer pasar esos kilos de más por barriga cervecera, ¿y después? ¡Ah, no, que el hijo es de Sherlock, del que se jura y perjura que es asexual!

Por suerte para mí dispongo de un amplio repertorio de locuras asequibles para mi integridad física, o casi. Escogí la más evidente e inevitable y me subí al escalón del carruaje, por los detalles de la altura, y aprovechando que tenía al genio cerca lo agarré por las orejas e "insté" para que se me pegara, tal y como hacía cuando rondaba los tres años. Sin desaprovechar el inagotable factor sorpresa ni por un segundo, asenté mis labios sobre los suyos. ¡Conquista!

Aprovechemos que estamos en la mejor parte: recapitulemos. Me había descazado un pie y lo había hundido en la entrepierna del Holmes joven. Todo muy normal. Bien pensado, era la evolución natural de nuestra relación. Primero la bufanda, luego los glúteos y ahora el pepino. No se me puede achacar que carezca de tacto. ¡Ay, el tacto!

El semblante de dolor medio controlado que adoptó fue exquisito. ¿He comentado que no hundí el susodicho pie de forma pausada y sensual con movimiento sexy, sexy? Pues eso. Yo no sé hacer esas cosas, nunca he sabido flirtear. Si tengo el relativo éxito que tengo con las damas de este siglo es porque aprendí mucho del señor Darcy y los juegos de citas, les digo lo que me gustaría que me dijeran a mí y no me importa vivir el riesgo de recibir tortazos a mansalva. ¡Lo importante es divertirse!

Mantuvimos una breve, escueta e intensa conversación mental que básicamente se limitó a la cara que puso él y mis cejas danzantes. Casi me sonrojo, era nuestra primera vez. Claro que es difícil sonrojarse cuando ya estás colorada por el calor, la buena comida y la emoción de hacer que tu nuevo esclavo masoquista te obedezca en todo. Me puso su mejor cara de ¡Lo sabía! ¡Estás borracha!, que viene a ser igual que la de Quiero asesinarte pero con el matiz de que te retira las copas y las botellas del alcance de tu mano.

Yo entreabrí los labios inmersos en una ladina sonrisa y conseguí decirle...

- No logro discernir que hace aquí el señor, que tanto me desprecia, cuando su hermano se encuentra en otra habitación. - ¿Rencor? ¿Dónde? - Que sepas que el odio es el amor sin los datos suficientes.

...antes de que la comensal avinagrada espetara...

- ¡Quiere darle un puntapié a mis posaderas! - más lenta y no nace.

Aplauso por mi parte, último clavo de mi ataúd. Seguramente a estas alturas ya habrás adivinado que soy una inconsciente, pues bien: la avinagrada resultó estar casada y sentada junto a su esposo, un hombre larguilucho y flacucho con la cara chupada de un lechuguino que se levantó con sonoro estrépito de la silla con actitud de querer defender el honor ficticio de su cónyuge.

Por lo menos presupongo que era el marido ofendido, por la sonrisita de satisfacción de pecho henchido que adoptó la avinagrada, ¡a lo mejor era su amante o su hermano o alguien ofendido! No reparé en si llevaba anillo en el anular o si lo dejaba de llevar, no soy Sherlock el metomentodo.

Me dijo de muy malos modos que lo retirara. ¿El qué? ¿El aplauso? Como no le contesté, traspasó mi espacio vital, con lo que yo también dejé mi asiento libre con parsimonia deliberada, que a mí no me intimida cualquier mequetrefe. Era más alto que yo, como casi todo el mundo. Por lo demás, un tirillas. Si la cosa se torcía...

¡CHAF!

Que se torció. En lo que se tarda en parpadear, me encontraba chillando. ¿Qué había ocurrido? Estaba empapada y abrasada y el fuego me recorría cada vez más parcelas corporales. ¡Mi frac, mi precioso frac recién estrenado! El culpable: el de enfrente.

- ¿¡Pero a ti que te coño pasa?! ¡Holmes desgraciado, malandrín hijo de...! - yo ahí vociferando.

¡Palabrota va, palabrota viene! Todo el que pudo oírme, por las cuatro caras que vi, estaba impresionado por el amplio repertorio vocabulístico del que hacía gala. A ver, es que esa no es forma de solucionar conflictos ni nada. ¿A qué pedazo de idiota se le ocurre tirarle encima a nadie sopa caliente, que a saber de dónde había salido? Al genio.

- Discúlpele. - de repente estaba a mi vera, sujetándome - El francés no es la mejor de sus disciplinas.

Si te piensas que en ese momento caí en la cuenta de que el traducelotodoinaitor había vuelto a hacer de las suyas sin que me enterara, te equivocas. Ahora sé como que de día hay sol por muy nublado que esté que esa mujer me había insultado en francés. ¡No era inglesa, era francesa! Si lo llego a saber le canto la jota de la Virgen del Pilar. Con razón al principio se callaba la boca, con razón se había quedado parada sin comprender lo del puntapié, no se esperaba que el presunto español garrulo de turno hiciese más que mirarla cual tonto del pueblo. Cuánto racismo y clasismo y de todo.

Sherly quiso partir una lanza en mi favor alegando que no dominaba el idioma, que se me perdonase, pues no sabía lo que hacía. ¿Lo aprecié? No. Yo quería darle una somanta de palos, cosa que no sucedió porque es mucho más fuerte que yo y no le fue lo que se dice difícil arrastrarme fuera de la sala, de los pasillos, de la mansión, a la zona de carruajes mal aparcados, donde no había ni un alma, cosa rara. ¿Y los sirvientes? ¿No se suponía que siempre pululaban por todas partes?

Fuera helaba, caía algodón del cielo nocturno. ¡Nieve! Claro, había llegado en otoño y ahora era invierno. De donde yo vengo nunca nieva, no me culpes por quedarme obnubilada. Miento: sí nevaba, pero cada diez años como poco cuajaba. Recuerdo una vez, cuando iba a bachillerato, que el día de un examen se puso a nevar, y estábamos todos con un síndrome de regreso a la infancia tan fuerte que dejamos las ventanas abiertas de par en par para ver cómo caía graciosamente. Fue muy bonito, pero mi mesa estaba justo delante de la ventana y pesqué un resfriado de padre y muy señor mío.

Recibí un empujón sin venir a cuento...

¡Lo que da fin a la recapitulación y nos lleva al meollo del asunto! El besuqueo. El beso fue, en fin, mejor que el que me propinó la pequeña Smithy, que más que besarme me hizo un choca esos dientes. No te esperarás, lector mío, que lo que pueda obtener servidora a fuerza de tirones de orejas sea un besazo de tornillo de telenovela, menos teniendo en cuenta que mi contrincante, porque eso era, no solo no estaba poniendo nada de su parte sino que para más inri ofrecía resistencia.

Pese a las bajas expectativas para las que mi subconsciente me había preparado, pues lo que verdaderamente perseguía el arrebato era... err... ¿otra cosa? Olía muy bien. El afeitado era apurado, suave. Entreví una pata de gallo, lo que hizo que me gustara más. Nada de físicos perfectos imposibles. ¡Ah, pero no me bastaba con eso! Estaba juguetona y cariñosa y con ganas de magrearlo, oyoyoy.

En ese momento sentía que lo adoraba, la cabeza llena de pájaros, el estómago harto de mariposas atolondradas. Me asió por las muñecas, ¡pero eso no me iba parar! Rodillazo estratégico. ¡Nada me para...!

- ¡Leona! - gruñó.

- ¡GROAAAR! - y le salté encima y le rodeé la cintura con las piernas y me quedé suspendida dos segundos en el abrazo estilo koala antes de derribar el árbol.

Rodamos por la fina capa de nieve recién pisada por nuestros zapatos. Estaba fría y sucia, cosa que no me importó lo más mínimo, porque le estaba mordiendo un lóbulo al gran detective asesor sin sopesar cuánto cambiaría la Historia en el caso de que le arrancara un cacho de oreja. Le hice sangre. No sabía bien. Los vampiros son asquerosos. Me soltó una extremidad para darme un sopapo, yo volví a besarle a lo loco, acertando a darle en la nariz. ¡El dolor...!

Jadeé un poquitín de nada, lo admito. Mucho movimiento, era el momento de detenerse... pareció sorprenderle. Se me quedó mirando, sorprendido, anonadado, estupefacto, como diciendo sin decirlo que quien me entienda que me compre o quizá intentando analizar la situación. Le devolví la mirada, harta de pasión, sintiéndome arder las mejillas, la boca, las encías. Solo veía ese rostro, ese flequillo despeinado que le caía por la frente y las estrellas sobre él, ¡qué fantasía!

Le puse morritos, arqueé el cuello e iba a cerrar los ojos.

Un ruido sordo como de ¡POM! allá por las escaleras se coló por nuestros tímpanos. Me permití virar la cabeza... y vi el revoltijo de faldas de la que fue mi entusiasta compañera de baile por los suelos mojados.

Amanda estaba boquiabierta.

Yo estaba boquiabierta.

Sherlock... no, Sherlock no.

Continuará...

Las anécdotas son todas ciertas. XD

¿Seguís enganchadas?