Otaku Hen

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Brillante 14 - Aburrimiento

Posted: 12 Jan 2016 02:32 AM PST


Bien, en el último capítulo Amanda nos pilló con las manos en la masa y algo entre los dos. ¿Qué ocurrirá a continuación...?

Tensión, intriga... ¡dolor de barriga!

Una se imagina que después de haber estado chorreando sopa con un trozo de zanahoria colgando de una oreja y chillando cual gato escaldado la van a dejar juguetear en paz lo que resta de noche, pero no. Fantasías de gente optimista.

Mi buen acompañante y servidora abandonamos el adoquinado cual resorte que se ha ensayado una perfecta coreografía durante dos o tres semanas más o menos. Me habría admirado de la sincronización de no ser por la labor limpiarme los glóbulos rojos que cierto lóbulo de cierta orejita me había dejado por la cara (¡ja, ja, ja!).

Aunque quedé más presentable, seguía sin venirme la inspiración. Pese a la penumbra, apostaría un pelo de la cabeza a que los ojillos de Amanda estaban rojos y que centelleaban tras esos mil mechones despeinados bajo los que se escondían. Pensé muy mucho cuál sería la señalada frase que le diría.

- Erm... es exactamente lo que parece. - hasta el ingenio español se agota.

Amanda no levantó las lindas posaderas de allí donde habían caído. No se santiguó. No se arrancó los pelos desgreñados. No alzó la voz al grito de ¡Sodomitaaas! Ni siquiera quiso unirse. Lo único que hizo fue llevarse las manos al corazón, boquiabierta todavía, no cerraba la mandíbula la zagala. Daban ganas de hacer uso del refranero, pero calladita estoy más guapa... una teoría por comprobar.

Los dedos le temblaban, el labio inferior los imitaba.

- ¡Amanda, estás tiritando! - dijo el caballero de brillante armadura que llevo dentro, dando un paso en busca de la damisela en mojados apuros.

Ella dio un golpetazo con la mano abierta en los adoquines encharcados, con los que se salpicó entera de aguanieve y, muy probablemente, se hizo un daño enorme de paso. Casi se me cae el alma a los pies de verla, ¡un vestido tan bonito...!

- ¡No! - exclamó el juvenil poderío pulmonar - ¡No os peléeis por mí!

Clavada en el suelo que me quedé.

- ¡No valgo la pena! - quiso mentir descaradamente, pasándose dramática los dedos que no se frotaba contra el muslo por la cara - Esta belleza es un arma de doble filo... - sollozó en susurros bien audibles.

Esa es mi Amanda, digna hija de sus padres. Le eché el ojo al profesional de la entereza y la elegancia, vi que fingía que la cosa no iba con él, que se abstraía con los astros tintineantes como un Miaucroft que espera paciente a que pase el chaparrón.

¡Qué tonto! Yo vi el cielo abierto.

Me llevé la mano desplegada al pecho, cerré los ojos, fruncí ceño, labios, pestañas.

- Son falacias y mentiras,
bella Amanda,
las que la rosa de tus labios anidan.

Cerré el puño, fuerte, atrapando la tela del frac. Por lo que pude entrever con el ojo entornado, Amanda se puso en pie de un santo, todavía boquiabierta, ojiplática por añadidura. De alguna forma la encontré monísima, tan desaliñada y expresiva.

- Mentiras tan piadosas como crueles,
pues la hermosura que posees
bien vale mi reino, cardenales,
nuevas y profundas cicatrices
en este rostro que no te merece.

Se le hinchó el pecho. Cual actor al foco, me acerqué a la farola más cercana para declamar apasionada. ¿Oh? ¿Qué ocurre, lector, que sin saber nada de ti ya presiento tu desconfianza? ¿Te extraña que improvisara tan bien estas cuatro rimas? ¡Por favor, soy filóloga titulada! Me he leído obras de teatro de la Edad de Oro para aburrir. Y he visto La Venganza de don Mendo, llevo Disney en mi interior, un repertorio de canciones considerable... Y estaba pasando olímpicamente de la métrica.

- ¡Leo! - exclamó impaciente mi reducidísimo público, acalorada.

- ¿No es verdad, ángel de amor,
que en esa apartada orilla que es tu comedor
cuando el té tomábamos tu padre, Holmes y servidor
tus ojos se centraron en el detective asesor?

- ¡No...! - se cubrió la boca abierta como si la hubiera acusado de asesinato múltiple.

Entenderás que me estuviera regodeando por dentro por la estrofa perfecta como si no tuviera abuela... que técnicamente era verdad, le faltaban años para nacer. ¡Puño enfático arriba!

- ¡Sí! - índice desplegado - Y cuando tus sueños esta velada
confesaste, desgraciada,
¡supe que él era de quien tu boca hablaba!

¡Momento estelar para señalar al contrincante! Este dio un paso atrás. Así me gusta. Me llevé la trágica mano a la frente, inmersa en el papel, medio esperando que me tirasen rosas sin espinas, claveles, alguna que otra enagua.

- Es como una maldición...
este tiempo sin tu amor...
¡cómo te extraño!

La muchacha corrió, derrapó y se me echó encima con los brazos abiertos, envolviéndome. Al parecer había conseguido quitarle de la cabeza hueca a mi detective, una rival menos. Debíamos de hacer una estampa formidable teniendo en cuenta la compatibilidad de nuestras alturas, la pose funesta de nuestros cuerpos entrelazados bajo la farola. Dado que seguía con el ánimo sumergido en el modo príncipe atormentado, por más que me abrazara me mantendría firme, erguida, solemne, viril y sin mirarla. Mi mantra era: Soy un tío guay, soy un tío profundo, soy un tío rico y misterioso.

- Y cómo sangra la herida...
y se me escapa la vida.
Ya no lo aguanto.

Me apretujó con fuerza. Ahí fue cuando Sherlock y yo mantuvimos nuestra segunda conversación mental consecutiva de la noche.

- ¡A por el cochero! - le expusieron mis pupilas de cotoclonc, cotoclonc.

- Elemental.

- Patata.

O eso creo que nos dijimos. El caso es que captó la idea, aprovechó la distracción para esfumarse. ¿Y yo? Yo tomé la carita de la peque entre mis manos, sobre todo para que me siguiera prestando atención. Ese par de ojos jóvenes me contempló con una veneración casi perruna, y digo perruna porque no hay amor terrenal más puro que el de un cánido. Confieso que me pasó por la cabeza que es bonito sentirse querida. Luego pensé que estaba sana. Así que me dije que qué narices y la besé. ¡Que aprendiera que no hay que chocar esos dientes!

Amanda me rodeó el cuello con los brazos, agarrándome cada mechón de pelo de la coronilla en el frenesí. Daba la sensación de que estaba viviendo un sueño cuando le tapé la nariz, de lo que no se dio cuenta hasta treinta segundos después, momento en el que inició una serie de golpecitos en estos brazos y cabeza míos que fueron intensificándose a medida que pasaban los minutos. Se desplomó en mis brazos como la princesa que era, y me aseguré de su inconsciencia propinándole un par de palmadas en la mejilla, luego unos pellizcos de monja en el cuello. ¡Mala idea! Le quedaron marcas rosadas.

Haciendo gala de ese don de la oportunidad tan característico suyo, Holmes apareció acompañado por el cochero en el preciso momento en el que depositaba suavemente a la bella durmiente en el recibidor. El cochero a todas luces sabía mucho de la vida y en vez de abrir la bocaza se fue directo al carruaje que le correspondía, cosa que obviamente no haría mi gran detective. De ahí que me adelantara...

- ¡Así se responde a un beso!

Si replicó algo, ni lo escuché ni oí, me tapé los oídos y ¡lalalalalalalalalá! Pronto trajeron los caballos y este par de adultos en todos los sentidos habidos y por haber penetraron en el vehículo clásico tras dar las oportunas direcciones. Sí, dejamos a la niña ahí tirada.

Quizá por eso me mirara con suspicacia.

- Eres la prueba viviente de que los factores personales son antagónicos del razonar sereno. - vaya, volvíamos al tuteo.

- ¡Pf! No me lo digas, no me lo digas, vas a venirme con el cuento de que soy el gran ejemplo de que no hay que dejarse llevar por las apariencias, vas asegurarme que la mujer más encantadora que conociste fue ahorcada por haber envenenado a tres niños pequeños para cobrar el dinero del seguro y que, en cambio, el hombre físicamente más repugnante de todos tus conocidos es un filántropo que lleva gastado casi un cuarto de millón de libras en los pobres de Londres.

Volví a ver esa mirada recelosa, ¡eh, cuánto tiempo!

- "Es de primordial importancia no dejar que nuestro razonamiento resulte influido por las cualidades personales". - repetí de memoria haciendo comillas con los dedos y asegurándome de pronunciarlo con retintín. Parecía ofendidísimo - Para tu información, este caballero cumple lo que promete su frac: no hay nada que respete más que la honra de una mujer. ¿Y sabes cuál es la diferencia entre el honor y la honra?

- Son información inútil.

- ¡No, eso es lo que tienen en común! - la sombra de una sonrisa. Qué encanto - La honra es pública, el honor es privado. Y te aseguro que la honra de Amy, que es la que le importa, está más que a salvo.

Y el honor también, que solo le había dado un beso de la muerte, pero con lo puritana que es esta gente mejor no me arriesgo ni con el liberal para lo que le interesa que tenía delante.

Bien, volvía a estar a solas con el maldito rey del análisis y se me había pasado la efervescencia del arrebato. Parecía que le resultaba divertida, algo es algo, pero no bastaría para concentrarme en un diálogo elevado y chispeante como es debido después de haberlo besuqueado y mordido. Casi mejor aplicaba el mismo método que con Miaucroft.

A algunas personas les sirve imaginarse a la gente desnuda. A mí eso me pone nerviosa, así que los convierto en animales. ¿Qué animal le correspondía a Sherlock Holmes? Lo lógico sería un sabueso con gorra y capa de cazador cuya presa es el misterio, pero no me convencía. Le favorecía más un... cocker. Sí, un cocker inglés, tan cazador y tan rastreador como el sabueso, tan elegante y patriótico como un el british mofletudo de su hermano. Un cocker inglés blanco y negro.

Shercocker.

Me senté a su lado ipso facto, dejando sitio más que de sobra para un tercer pasajero imaginario que nos obligaba a estar a pretujados el uno contra el otro. Él se sentó enfrente. Yo lo seguí. Volvió a su asiento original. Yo hice lo propio. Y así un rato hasta que por fin tiró la toalla y pude abrazarme a su brazo, reclinarme sobre él, apoyarme para cerrar los ojos.

¡No estaba naaaada incómodo! A mí personalmente me daba igual, yo estaba en un plano celestial. ¿Era verdaderamente tan suave y blandito ese brazo? ¿Era el abrigo o mi imaginación desbordante?

- Preferiría que no albergaras intereses amorosos por mí.

Me reí como la histérica que soy ocasionalmente, a qué negarlo. Oh, mi peludo amigo... ¡Pero luego tosí y me puse formal y circunspecta! Así que lo compensé, las gallinas que entran por las que salen.

- El traqueteo de los caballos amortigua cualquier sonido. - susurró.

¿Se creía que me preocupaba lo que pudiera oír el cochero?

- No tengo intereses amorosos por ti, chatín: tengo intereses sexuales. - en aquel entonces lo decía con sinceridad. Cosa rara imaginándomelo como un cocker.

Silencio. Que equivale a "no me lo creo" o "me lo creo parcialmente" o "me faltan datos computables".

- Admiro tu inteligencia y extravagante personalidad como la que más, tus glúteos podrían formar parte de las oraciones de la congregación londinense al completo. - oh, ¡sus elementales glúteos! - Pero si te crees que tengo tiempo para perderlo enamorándome de un miembro de este asqueroso sistema patriarcal que trata a mi sexo como objeto decorativo destinado solamente a dar a luz y que me obliga a travestirme para poder vivir de mí misma sin prostituirme ¡es que no eres tan listo!

- Las palabras no concuerdan con los actos.

- Me apoyo en ti porque eres lo más parecido a un amigo que tengo en este mundo.

Otro silencio. Los Holmes se parecen entre ellos.

- ¿Sabes que tengo una teoría?

- Preferiría no conocerla.

- Y yo llevar falda corta, chatón. - me restregué un poquito - ¿Por qué has venido esta noche?

Echó la vista al techo, ¡al techo!

- No tenías ninguna razón lógica para hacerlo y dudo que te importe que haga o deshaga a mi antojo con tu hermanito. ¿O hay un corazoncito fraternal latiendo ahí? Puede, pero si has acudido es por... ¡el aburrimiento! Tú sabías que en tu casa no iba a pasar nada relevante. Tú recibiste una llamada interesante. Tú sabes desde que nos conocemos que cuando tú y yo nos juntamos nunca pasa nada tedioso ni cargante.

Miradita pícara solo para él.

- Soy mejor que la cocaína, ¿verdad, cariño?

Iba a soltarle un regocijante ¿vees, vees? ¡Yo también puedo enrollarme como las persianas con las deducciones y sin dedicarme a catalogar el polvo de los adoquines! Los caballos relincharon y el carruaje se detuvo suavemente. Era mi calle. Le puse carita de ¡Salvado por la campana! a mi Shercocker y abrí la portezuela. Estaba segura de que pronto nos volveríamos a ver, lo que me producía sentimientos encontrados.

- No me has dicho tu nombre.

Bum, bum.

- Ahora es Leona.

Dicho esto, me apeé del carruaje dispuesta a hacer una soberbia despedida elegante por todo lo alto, con ese clima tan propicio para ello. Pero él me lo impidió. Me agarró por la muñeca y, de un tirón que poco más y me deja trastabilleada toda (no me llega a sujetar y me desnuco con el maldito escalón arma de doble filo), descubrió mi pulsera de lucecitas permanentemente activas. No hizo falta más fulgor artificial para clarear la oscuridad circundante.

El rostro se le iluminó de luz celeste... y júbilo. ¿Victoria?

¡Oh, por el amor de Dios!

Continuará...

¿Será Leona capaz de inventarse una mentira conveniente? ¡Lo sabremos próximamente!

Qué divertido ha sido rimar pasando olímpicamente de la métrica una vez más, me lo he pasado pipa, de verdad. XD