Otaku Hen

Otaku Hen


Brillante 17 - Medias verdades

Posted: 17 Mar 2016 08:56 AM PDT


¡Por fin! He estado intentando publicar esto tres días, ¡tres! Aif...

¡El último capítulo provocó cortocircuitos en algún que otro ordenador! ¿Qué sucederá a continuación?

¡El espectáculo debe continuar!

Nunca subestimes los conocimientos de una fujoshi.

¿No sabes lo que es una fujoshi, ardiente lector? Entonces sigue leyendo y deja el asunto atrás, corre línea a línea sin pensar, no vaya a ser que tires por el acantilado mis preciadas memorias por remilgos u homofobia. En cualquier caso, dejando de lado las imprecisiones anatómicas de las fuentes de sabiduría de las que me nutría, sabía qué hacer. 

Aquella noche, culmen de emociones y fatigas y descargas masivas de adrenalina iniciadas veinticuatro horas antes (hora arriba, hora abajo), aquella noche, meta de las sacudidas psíquico-físicas que me habían propinado sin tregua ni clemencia (bastantes de las cuales recibidas de la mano del que se deshacía del cinturón ante mí), agotada como estaba, no perdí la oportunidad. Era única.

Si bien don Comisario era lo suficientemente audaz como para pillarme y meterme mano en un callejón que estoy segura de que se concibió con ese fin (arquitectos pervertidos, gracias), también tenía la piel lo suficientemente sensitiva como para saber que ni el calor de la lujuria nos salvaría de la hipotermia, de modo que me arrastró a su morada, aunque la mía estuviera más cerca, presupongo que por el factor sirvienta.

La susodicha, desordenado pisito al filo de ese fino límite que separa lo pobre de lo burgués que me voy a tomar la libertad de describir más adelante, estaba vacía, desolada, sin moros en la costa ni lucecita que iluminara la estancia. Trent no gasta dinero en servicio. Trent odia a las mujeres. Al principio creía que era mera misoginia decimonónica, pero ahora soy de la opinión de que le corroe la envidia, porque a ellas les dan lo suyo y lo de su prima y a él no.

Por suerte, aquí está este miembro activo de su sexo opuesto para remediarlo. No deja de ser irónico que se haya enamorado de una mujer travestida, a veces lo pienso cuando exploro el cenicero de su boca, el Destino es caprichoso, todo un humorista. Por no hablar de lo obediente que estaba siendo el bruto acabado de mi comisario, que le dije que se bajase los pantalones, qué narices, y una vez bajo techo ¡lo hizo!

No pasamos del pasillo del recibidor.

Ver, vi sombras. La silueta de la alta figura masculina ante mí, musculosa. La sombra de su ancha espalda. La línea de esos dedos que cortaban la pared en que le apoyé, rasguñando la pintura, dejándose las uñas. Fibrosas piernas grises. Sombríos glúteos prietos. Su porra... El bulto de ese incordio de pantalones sobre los mocasines o lo que fuera.

Hacía frío, temblaba. Temblábamos. Yo parecía que padeciera un ataque de párkinson, salvada por las ganas de pecar del regreso al club del casi ictus. Esa noche abrí sus puertas.

No fue idílico, tampoco carente de una excitación que de solo recordarla me ahoga. En la helada madrugada, completamente vestida, besé a Trent. Y él, completamente desnudo, exhausto por el ejercicio de sus puertas, me devolvió el beso que supo a ceniza y rocío. Le hice mi amante.

Luego relevé de su servicio a las esposas y decidí usarlas siempre. Trent tiene la manía de tocar mucho, algo la mar de inconveniente para nuestro amor mutuo basado en la premisa de que tengo algo entre las piernas.

Los días siguientes los dediqué en aceptar que el traje manchado de nieve, sopa y tragedia no tenía salvación alguna y tirarlo, pasarme por casa de ser Thomas a informarme y posteriormente robarle un arnés pélvico a una de sus amantes a sueldo completo y a visitar la calle madita, trepar, bla bla bla ratas, bla bla bla maletas.

De ahí, sacar de una de ellas un regalito obsceno de silicona de la buena, recargable, sumergible, de todo (que iba destinado al cumpleaños de Cristóbal, pero su regalo acabó siendo que aterrizara en este siglo y mira, al final las gallinas que entran por las que salen), juntar arnés y cacharrito y megaevolucionarlos y ¡ta-ta-tacháaan! Pene lila para darle lo suyo y lo de su prima al comisario. Un éxito muy rotundo, algo muy raro que me pasa muy poco.

Si eres muy moralista o buena persona en exceso, lector, seguramente te habrá pasado por la mente la quisquillosa pregunta de la culpabilidad. ¿Te sientes culpable de tus engaños, pecadora? Ni por asomo. Me basta mirarme en los líquidos iris de ese hombre para saber que la mentira es bella y nos hace felices. Aunque también es verdad que, lo que es a mí, me ha dado mucho trabajo.

Está enamorado de mi alma sin saberlo, y yo, a quien nunca ha amado nadie, yo, que adoro ese cuerpo serrano, le correspondo. Pero también amo a Sherlock Holmes. Amar a ese par de misóginos es una un sentimiento exquisitamente masoquista.

Cabe señalar que no eran esas las elucubraciones profundas que me sacudían la cabeza esos días. Yo siempre estoy pensando, pero mayormente tonterías tales como el tórrido romance destructivo y codependiente entre el lápiz y el sacapuntas ocupan el 80% de mis reflexiones diarias.

Pero no adelantemos acontecimientos, voluptuoso lector. Ahora que he saciado tu acalorada curiosidad, procederé a contarte lo importante: Sherlock Holmes.

El histórico detective que estaba demasiado presente en la vida de esta tu humilde narradora por lo visto había frecuentado los alrededores de mi casa, y si no había dejado tarjeta de visita era porque obviamente no tenía y porque iba de incógnito. Disfrazado. De vagabundo. Tanta formalidad y delicadeza por su parte que sin duda no tendrían nada que ver con cómo le habrían dejado la casa Chip y Chop me conmovió hasta el punto de salir de casa a portazo limpio e irme directa a derribarlo.

Invertí todo mi talento interpretativo en aguantarme la carcajada galopante en cuanto lo vi chapoteando en el charco de aguanieve.

- ¡Uy! - carita encantadora - Hombre, qué hacía aquí en medio, que no le he visto. Ande, deje que le ayude... - carita de genuina estupefacción, mano tapando boca abierta - ¡Si es usted...!

Él se sacudió el desarrapado abrigo que me llevaba, como salido de mi atrezzo de urgencia. Como también es un gran actor con muchas tablas, fingió imperturbabilidad, cual si hubiera sabido desde el principio que le iba a chocarme con él con literalidad y alevosía.

- Tan masculino como de costumbre, "señor" Dantés.

Puño al corazón, gesto de profundo dolor por mi parte.

- Y usted tan guapo y arreglado como cabía esperar, "caballero".

Él frunció los labios. Puso morritos, lo juro. Le lancé un beso aéreo.

- ¡Haga un esfuerzo por controlarse! - exclamó entre susurros, agachándose para que esta enana le oyera, dando a entender lo que daba a entender.

Yo miré a mí alrededor, alzando las cejas como si no diera crédito.

- ¡A mí nadie me toma en serio!

Nos callamos el segundín de rigor para comprobarlo, y sí, los vecinos acostumbrados a mi extravagante personalidad de hombre de mala reputación seguían a lo suyo. Nada como hacerse la idiota para evitar preguntas incómodas. Podría asegurar que el señor Holmes comprendió lo que le quería decir, pero a saber a ciencia cierta qué le pasaría por el portentoso cerebro.

Aproveché que estaba callado y con un dedo quité de en medio el trocito de tela de la manga por el que le dejé ver una de las lucecitas de mi pulsera, a lo que él respondió con más silencio de índole pensativa. Me reí alegremente, no pude aguantarme más.

- Está de muy buen humor hoy... - observó.

- ¿Cómo no voy a estarlo, cuando alguien famoso me está acosando? - repliqué - Dado que tiene tantas ganas de verme, caballero de oxidada armadura, ¿qué le parece si se cambia de ropa y le hace una visita a este viejo amigo? ¡Bien, le parece bien, qué le va a parecer! Le espero con un té.

Dicho esto, le propiné dos palmadas en un brazo y volví sobre mis pasos.

Mandé a paseo a Gertrudis (literalmente, le dije que se tomara la tarde libre y se diera un paseo), dejé la puerta sin cerrojo, colgué del pomo una notita que por fuera rezaba "Holmes" y por dentro escondía un dibujito del interesado girando el picaporte. Te ahorraré la descripción de mi arte, solo diré que Freud conmigo habría pinchado en hueso. O quizá no, quizá fuese una mina filosófica.

Pormenores exteriores finiquitados y con la que barría fuera, llené de migas de pan recibidor, pasillo y parte del salón hasta llegar al sofá. ¿He comentado que tengo un sofá de tela gris oscura la mar de bonito? Pues lo tengo. Y una mesita de té a juego, ya que parece que aquí una casa no es casa sin ese mueble, de nogal oscuro y con tapetes floridos blancos encima (producto del ganchillo de Gertrudis), donde en lugar de tetera reposaba una botella de licor. Por aparentar y porque bajo mi techo no me da la real gana de servir té meñique arriba.

Por último, coloqué el tablero que le parecería de ajedrez en medio del sofá, con su caja de piezas al lado. Solo quedó esperar. Ahí me quedé sentada, reclinada en un extremo del sofá, mirando por encima el novísimo ejemplar de Estudio en Escarlata que tenía en mi poder desde hacía pocas horas. Toda una escena planeada al dedillo, urdida con premeditación y...

El sonido del picaporte llegó a mis oídos.

Llegó a las cuatro de la tarde, hora del té. Ojalá hubiera visto su cara cuando vio el dibujo, pero me contento con haber sido testigo de la que puso al seguir las migas y encontrarse conmigo y la mesita. Fue una expresión muy: "Eres más tonta que las piedras".

- Parece que por fin ha satisfecho sus bajos instintos.

Silencio.

- No pienso preguntarle cómo has llegado a esa conclusión, señor mío.

- Elemental. - afirmó a la vez que cogía aire.

Yo, alarmada. Intenté decirle que a buen entendedor pocas palabras bastan, pero... era demasiado tarde.

- Incluso el agente más inepto de su querida Scotland Yard se percataría de sutiles pero de todo punto significativos detalles tales como esas evidentes alteraciones en su fisonomía, signo inequívoco de...

Y ya está, se zambulló en un soberbio discurso (en muchos sentidos) de investigación científica. ¡Llegó a tocarme el relleno de la entrepierna que había empezado a llevar desde el ataque Trent!, dado que las manos se le van al pan. Pasados el estupor y temblores iniciales, me miré el reloj de bolsillo y opté por aprovechar el tiempo que estuviera explayándose en sacar las piezas de la caja y colocarlas en cada casilla del tablero.

- ...la actitud. ¿Qué es eso? - frunció el ceño. Evidente indignación - No me presta la debida atención, se ha contagiado de malas costumbres, derrocha aptitudes, se vuelve torpe y mentecata por momentos.

- ¡Bla, bla, bla! Son damas. Vamos a jugar a las damas, así que que calle y pose las posaderas, caballero.

Me hacía ilusión decirle lo que le tenía que decir con una elegante batalla de juego de mesa de fondo, caprichos que tiene una. No sé jugar a ajedrez, las damas son mejores... Huelga decir que eran muy adecuadas en nuestro contexto. Tenía pinta de no querer ponérmelo fácil, pero por suerte para mí a mi favor tenía que venía preparada de mi casa del siglo XXI.

- Es una convención social no electiva.

Mano de santo, tomó asiento ipso facto. En seguida se aprendió las reglas.

- No sé quién te has creído que eres, pero me has robado.

Mi dama hizo el primer movimiento. La contrincante no se hizo esperar.

- De modo que me ha citado para acusarme de vulgar ladrón.

- Me da igual que seas vulgar o sofisticado: me has robado, y ahora para más inri te atreves a acosarme. ¿Qué pasa, se te han acabado los casos y la cocaína a la vez?

Mi dama siguió avanzando. La enemiga decidió llamar a una amiga. Me las imaginé charlando de cosas de piezas.

- Las leyes no son tan elásticas cuando te perjudican a ti, deduzco. - ¡zasca!, pasó a tutearme - Sin embargo dudo que esta improvisada reunión tenga como fin la reprimenda escolástica, aunque contigo nunca se sabe.

- He resuelto que es mejor arriesgarme a satisfacer tu curiosidad tanto como mis bajos instintos, mi querido Holmes. - guiño, guiño - Por el bien de mi integridad como ser humano, a la que heriste de muerte sin contemplaciones, voy a saciar esa malsana sed de lo que no te incumbe que tienes. Confío en que así me respetes...

Vi un centelleo en su pupila izquierda cuando movió ficha.

- ¿Quién eres?

- Soy una joven española, inocente y delicada cual petunia, de procedencia humilde, por cierto (a diferencia de ti, ricachón), recién licenciada en Filología Hispánica, que llegó a esta la pérfida Albión por un terrible error y trata de sobrevivir con dignidad, cosa que me has estado poniendo difícil.

No tenía porqué saber la parte en al que la falta de trabajo me había llevado a colaborar en los experimentos del buen inútil de Cristóbal, ni mucho menos la parte en la que el trasto reaccionó malamente ni la de la electricidad azul que me envolvió ni el vórtice ni el aterrizaje forzoso sin más ayuda que mi pulsera, mi ingenio a ratos y la mochila que llevaba encima.

Resopló.

- Las universidades no aceptan a mujeres.

- ¿Tú sabes cómo funciona la Enseñanza en España?

- El espacio cerebral es limitado, no lo lleno con cosas inútiles.

- Pues eso. - ese truco nunca falla.

Entornó los ojos, como diciéndome que ese era el truco más viejo del mundo. Por supuesto que lo es, pero yo no tengo la culpa de que él sea tan estirado que no haga caso de algo tan básico como el refranero o las frases hechas: el saber no ocupa lugar. Y cuanto más se ejercita la memoria, más se tiene.

- Deja de mirarme así, si pretendes decirme que las mujeres somos inferiores porque tenemos un cerebro más pequeño o bobadas de esa índole te contestaré que estás desfasado y que igual de lista que tú, e incluso más, porque yo no soy una incompetente emocional. ¿Qué? ¿No me crees? Pues que sepas que un día no muy lejano una mujer te vencerá, ¡una mujer!, y no seré esta pobre desgraciada que tienes delante, a la que consideras medio hombre.

De nuevo, me dedicó esa mirada de recelo que tan bien empezaba a conocer.

- ¿Por qué no vuelves a tu tierra?

- Me da un miedo atroz viajar, estoy segura de que me moriría con mucha literalidad. De no ser por eso, seguramente a estas alturas con el dinero que he ganado habría vuelto y montado una granja.

Otra de mis damas avanzó. Sherlock empezaba a sitiarme.

- ¿A qué se deben tantos conocimientos sobre mi persona?

- Como me preguntes sobre ti voy a fastidiarte todos y cada uno de tus casos soltándote ahora mismo quiénes serán los culpables. ¡Adiós emoción!

- ¿Cómo te llamas? . chico listo.

- Eso no te incumbe.

- No estás saciando mi sed de lo que no me incumbe.

Me arremangué la manga y le enseñé mi pulsera, claro mensaje de ¿no prefieres preguntarme por esto? A él se le iluminó el rostro, yo aproveché para contraatacar con mis damiselas.

- He de reconocer que sabes exponer casos ciertamente interesantes. ¿Qué es este artefacto?

- ¿Después de haberlo destripado no lo sabes? Debe de ser tremendo reconocer esa falta de conocimiento.

- Craso error, nada supera un buen misterio junto con la fiebre de la investigación. Datos, datos, datos. No puedo fabricar ladrillos sin arcilla.

Pese a lo interesado que decía estar, no había dejado de lado el combate. Le comí una dama.

- Se trata de un artefacto en fase de prueba que un amigo mío inventor, Lucas, algo inaudito, nunca visto. Antes de que lo toquetearas porque sí, su funcionamiento...

- Ya veo. - me cortó, el muy maleducado.

- ¿Qué ves? - esto parecía cierto juego infantil.

- El artefacto no funciona correctamente, ¿me equivoco?

¡Vaya!

- No.

Y llegó al final del tablero, convirtiendo su dama en reina.

Continuará...

¡A Sherlock Holmes le encanta el sonido de su voz! La verdad es que a Leona también. ¿Adónde conducirá esto?