Otaku Hen

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Axia 02 - Ojos y flautas

Posted: 11 Apr 2016 02:56 AM PDT

Mi trabajo es de lo más desmotivador y me roba mucho tiempo mal pagado, pero aquí sigo con mis fanfics. No os penséis que he abandonado a Sherlock, ahora simplemente si me atasco con uno sigo con el otro. A ver si así tardo menos... ¡diantres! ¿¡Y si me atasco con los dos?!

En fin, hay que tomarse la vida con calma y eso es lo que intento yo y lo que hace Riri con su frivolidad para presentarnos la historia.

¡La bruja se presenta!

Una figura pequeña, bajita, esbelta cual ardilla. Unos pies engarzados en gastadas botas de las que sobresalen calcetines agujereados, unas torneadas piernas, piernas de nieve que ofrecen la estampa del resto de la piel, piernas sempiternamente a la vista, sin pudor. Una falda a veces entera, a veces raída, a veces armada, que cubre caderas y muslos hasta las rodillas y permite libertad de movimiento pero poca protección.

Una cinturita ceñida por dos cinturones de cuero bueno. Uno cuajado de frascos, riñoneras y algún que otro librillo, otro de donde pende graciosamente un conejo de peluche con un parche en el ojo... Atención, que esto lo conoce la poca gente bien informada: está relleno de runas potenciadoras de las señales Quen, Axia e Igni. ¿Sigo subiendo? Un torso cubierto normalmente por un buen peto protector, aunque no siempre. ¿No? Bien, una espalda donde descansan las célebres dos espadas, una de acero y otra de plata.

¿Que suelte lo que interesa? Lo confieso: un busto escaso. ¡Es tan delgada! No es de extrañar que insista en llevar falda. ¿Para qué? Pues por mucho que ella diga que por motivos de agilidad, no lo dudo ni por un momento: para que se note su feminidad.

Pero sigo, sigo subiendo: un cuello enhiesto donde duerme el felino medallón de la Escuela del Gato, por el que juega y se enreda el cabello blanco de longitud exagerada que la cola de caballo sujeta y medio doma. Un rostro hermoso... partido por una cicatriz tan prolongada como la melena. Una cicatriz encarnada que parte de su frente, apareciendo tímida desde el flequillo lácteo para derramarse, recta, sobre el párpado izquierdo eternamente cerrado. Continúa su recorrido por la mejilla, cae sin tocar el cuello y se transforma en largo río que muere antes de alcanzar la pierna.

La blancura contrasta con la palidez rojiza de esa vieja cicatriz y resalta con fuerza la luz de su ojo único, escarlata, centelleante como el líquido vital.

Así es Ina, el Conejo Blanco, blanca como la nieve, roja como la sangre.

Parece imposible fantasear con características más llamativas y menos difíciles de identificar. Pese a ello, ¡ah, Destino incierto! Pese a todo ello no la vi. Y es que ¿cómo podía verla sin el escenario adecuado de fondo?

La vi por vez primera en aquel barco. No recuerdo ya, pues ni interesa ni lo intento, hacia dónde. Solo sé que hacía escala en Flotsam... y que allí la conocí, aunque no tanto como hubiera querido, ¡je, je!

Fue de la forma más cliché que imaginarse pueda: cuando, reclinada en la barandilla de madera de la popa, oteaba las aguas a la luz de la luna creciente. No me habría fijado en ella durante el día, por lo que no lo hice, y mira que llevaba ya tres jornadas viajando en ese mismo navío. ¡Así somos los poetas!

Percibió mi presencia, mas no por ello movió una ceja. Cualquier ser vivo cabal se hubiera amedrentado ante la visión del armamento, al fin y al cabo, ¡pero...! Vuestro Riri no es ni cualquiera ni cabal, Riri se fija en lo que se fija y en la penumbra de las once de la noche lo relevante son las piernas entrevistas a la lumbre de las estrellas.

La más deslumbrante de las sonrisas del por poco tiempo desconocido suyo volvió crepúsculo la noche, y le susurró con esta voz de dioses:

- ¿Qué hace un barco como este en una dama como vuestra merced?

El silencio acogió tan bellas y ocurrentes palabras. Menudas exigencias para lo tarde que era.

- El mástil del amor...

Su poderoso ojo se volvió hacia mí, brillante en las sombras como el de un gato asilvestrado. Solo existía el ojo rojo. Oscuridad y el rojo. Silueta y rojo. Rojo, rojo absorvente, que me contemplaba, me analizaba, me penetraba el alma. Escalofríos galopantes subieron y bajaron por mi fornida espina dorsal helando la médula ósea por el camino, previniéndome del sometimiento inminente. Sentí el imperioso deseo de hincar las rodillas y suplicar clemencia, quizá besar un pie.

¡Oh, tamaño giro de los acontecimientos, de escena de romántica lujuria a cuento de espanto! 

Alargó los dedos en mi dirección, como queriendo apresarme, ¡premio grande, gran partido! Y solo de pensar en que una mujer me cazase y únicamente por ello, solo ello y no por miedo, quise gritar. Ella me cubrió la boca. Un ¡chist! hendió el aire.

- ¿Te quieres callar? - trinó su aguda voz.

¡Ay, el corazón!

- Los mayores están trabajando, criatura.

Si hay algo en esta mujer que desencadene ese cambio de sentimientos tan drástico como es el pasar del terror a la confianza total en la propia integridad física no es ese aspecto de conejo albino que tiene y ostenta, sino la voz de niña que los dioses le han dado. Le lamí la palma, que no retiró, lo que quería decir que le había gustado (conclusión lógica). ¡Voluptuosa...!

- ¡Me estás distrayendo!

Solo le veía el ojo, al que le había subido la sonrisa fácil, de modo que, ¿qué iba a hacer? Pues lo que cualquier hombre hubiera hecho, suponer que se me ponía ofrecida y acariciarle la muñeca a la par que esta vez extendía yo la mano a su cabello, que me parecía sencillamente claro, pues no había color esa noche, solo su ojo. Le toqué las hebras del suave pelo, y el ojo me miró permisivo. Decidí, osado y valiente, agarrarle la coleta.

Y me quedé con ella en la mano.

El Conejo Blanco se dobló en una sonora carcajada. Yo, a cuadros, pensando que la había dejado calva.

- ¡Has picado! - más carcajadas cantarinas de lo menos respetuosas. Me agarró las manos como si me conociera de toda la vida y fuera inofensivo y las condujo a su cabellera. Cabellera que le tapaba apenas la nuca. ¡No estaba calva! - ¡Todos caéis!

- ¿¡Pero por qué llevas un postizo?! - medio grité yo, perdidísimo.

- Ay, criatura. - el ojo reía - ¿No te das cuenta? Si el enemigo ve que tienes el pelo corto, te coge por donde puede; si ve que tienes una coleta, te la agarra. Es una trampa infalible que deja a cualquiera pasmado, y para cuando quiere reaccionar ¡zas! Tenedor en el ojo. O tajo en la nariz. O...

Había destapado la charlatanería de nuestra brujilla, que empezó a darme ejemplos y no paraba. Grito mental.

Y de repente se calló, alertada a un murmullo acuático que solo ella podía escuchar. Del agua negra emergió la verde cabeza de una sirena. No dio tiempo a más: Ina se abalanzó contra la barandilla a velocidad del infarto que me estaba dando y ¡hala! De su mano brotó una ola de llamaradas que iluminó sus entusiasmadas facciones y prendió fuego la coronilla de la sirena, que soltó un chillido y huyó a nado como si no hubiera venido, la afortunada. La bruja reinició su carcajeo, volvió a doblarse sobre sí misma de la risa como si le doliera el estómago.

Más gritos mentales.

Al contrario que el maestro Jaskier, yo me precio de mi sinceridad: quise correr pies para qué os quiero. Pero todavía tenía el postizo en la mano y algo me decía que si me lo quedaba me seguiría hasta el infierno.

- ¿E-e-eres una hechicera? - rebosaba seguridad.

El ojo se me indignó. Volvió a usar la señal y encendió una antorcha que había por ahí tirada, que recogió antes de incendiar el barco (pisoteó las ascuas) y me cambió por su coleta postiza, que empezó a recolocarse con horquillas.

- ¡Soy una bruja! ¿No ves mis espadas, no ves mi medallón?

Reconozco que me fijé más en un mechón de pelo oscuro que le estaba viendo.

- Ah... ¿los brujos no son todos hombres?

Airada estaba la dama.

- ¿Te crees que todos los bebés destinados que van regalando los padres inconscientes por ahí son niños? Hasta yo, que de matemáticas sé más bien poco, sé que es estadísiticamente imposible. Lo que pasa es que a las niñas nos cuesta un poquito sobrevivir, pero aquí estoy. ¡Y con unas referencias sueperiores! No es por nada, pero me he ventilado a tantos monstruos como el brujo más famoso.

Le pregunté por qué no había matado entonces a la sirena.

- Solo es una sirenita... mi trabajo es evitar que las muy desgraciadas hundan el barco. Cómo se nota que no tienen trabajo, lo aburridas que tienen que estar. Pero no tengo que matarlas.

Le pregunté si era por el código de los brujos.

- Qué va, es que una vez conocí a una sirenita pelirroja muy maja que cantaba como las devotas de Melitele con su cangrejo mascota, y me da pena. Como con los criaños y los trolls, que son un trozo de pan blando y... ¡eh! ¡Te estaba regañando! ¡Eres muy malo!

Me disculpé cual caballero que soy y, desenfundando mi laúd, quise resarcirla con mi don.

- La azucena es bella y fina, 
puesto que enamorada unió 
la pureza de su hermosura
con el oro del corazón, 
luego es copia la más parecida
a la hermosura que busca el amor. - recitó esta bella voz.

Ella me aplaudió, brindándome una sonrisa (falsamente) inocente. ¡Eres un bardo, como Jaskier!, dijo como para repatearme. Me presenté con una reverencia, que ella imitó.

- Yo soy Ina. Me repatea tener que presentarme, ¿sabes? Soy la única mujer del gremio... ¿Ciri? Ciri no cuenta, calla. He pasado por la Prueba de las Hierbas con éxito y me he matado a matar años y años, debería de ser ni que fuera un poco conocida. Por el amor del nekker babeante, si hasta me he teñido el pelo como Geralt y la gente solo se digna a llamarme "El Conejo Blanco". ¡El Conejo Blanco! ¿¡Qué más tiene que hacer una?!

Se me iluminó la vela del cerebro.

- Quizá... necesites un cronista. - le expuse.

Y así fue como la bruja Ina y el bardo Riri vivieron el inicio de una larga y fructífera amistad.

Pero no creáis que terminaré aquí el relato de hoy, pues fue al llegar a Flotsam cuando la cosa se avivó. Yo, que iba a otra parte, la acompañé porque esa otra parte ya no era prioridad. En el trayecto corroboré la veracidad de la soledad y carencia amorosa de los brujos, porque claramente la brujilla tenía una necesidad enorme de hablar con alguien. Solo con cuatro horas me documentó lo suficiente como para escribir mil páginas.

De camino a la ciudad... armonía. Bemoles cambiantes llenaron el bosque. Sí, sabios espectadores, en efecto: era la flauta de Iorveth, el líder scoia'tael, que por lo visto recibía así a cualquier fulano. ¡Pero nosotros no lo sabíamos! Así que yo saqué el laúd e Ina se puso a bailar. Quien no se contenta es porque no quiere.

Bailoteos más tarde, nos encontramos con él, tan ancho en la rama del árbol con la flautita en la boca.

¿Qué creéis que vieron mis ojos sin rojo, público? ¿Qué creéis? Pues a Ina, por supuesto, en quién me iba a fijar si no, si ella ya se fijaba en el elfo por los dos. Ina salivaba. Concluí erróneamente que se había sumergido en el modo quién fuera esa la flauta. ¿Era verdad?

- ¡Pf! Yo no quiero ser la flauta, yo quiero tocar la flauta.

Qué decir tiene que empecé a odiar a los elfos y las metáforas fálicas a un tiempo.

Continuará...

Se nota que el "capítulo" anterior era el prólogo, este ha sido infinitamente más largo. ¿Os ha gustado tanto el capítulo como la heroína? ¡Espero que sí! ¿Os parece que Riri es muy enrevesado? ¡Espero que no!