Otaku Hen |
Posted: 18 Apr 2016 03:04 AM PDT ¡Doy el callo por dinero! ¡Yo trabaaajo por dinero! No sé qué y no sé cuánto pero a míii dadme dinero~♪. Lo dejamos en una ardiente relación y un rifirrafe con el detective. ¿Qué ocurrirá ahora? ¿Qué le pasa a la pulserita? Fumaaar es un placeeer~♪. Mi pulsera ya no ha vuelto a ser la misma. Es una superviviente, estaba más o menos reparada, pero la verdad era que había sufrido lo indecible, secuestrada, destripada, vilipendiada y examinada en la mesa de autopsias del gran detective degenerado (en el mal sentido, no como Trent, que lo es en el bueno). Volvía a funcionar el traducelotodoinaitor, que es lo importante. Sin embargo, ni siquiera la fiera guerrera de mi muñeca podía superar el trauma sin secuelas. Funcionaba el traductor. Nada más. Llevaba incomunicada con Cristóbal desde la noche fatal. ¿Qué quería decir eso? Pues que, dejando de lado las consecuencias existenciales, me había quedado sin suministro informativo. Y sin suministro informativo no había chantaje, ni chanchullos policiales de tapadillo, ni habichuelas, ni modo de vida decente. ¡Estaba en apuros! ¿Qué iba a hacer? ¿Rechantajear a los ya extorsionados? Jamás. Parte de mi estupendísima y fiable e infalible seguridad (ya sé que estás carcajeado a mi costa, lector mío) se apoyaba y apoya en mi subfama como chantajista de una vez y no más, santo Tomás. La gente se pone nerviosa si piensa que en cualquier momento puedes volver a menguar su economía. ¿Qué podía hacer? Pues lo único que se me ocurría como ser sensato que soy: seguir al señor Holmes. Sé perfectamente lo que te pasa por la sesera, lector. Piensas que casi me alegro, dada la animadversión cada día más creciente que le profeso a Cristóbal y lo bochornoso que habría sido que oyera el momento Trent salvaje. Sospechas que es una excusa para acercarme al único y gran conocedor de mi verdad sexual (Miaucroft no cuenta), que pese a todo sigo admirando al famoso, que soy una mentecata que echa en falta lo que no puede tener, que soy una acosadora de la peor calaña y una infiel para quien un comisario gay no es suficiente. Y tienes razón. Pero tampoco te miento cuando te aseguro que es al seguir a Sherly cuando me entero de los más útiles chismes, que él desdeña por ahorrar espacio cerebral. Digamos que entre el dolor del alma, las complicaciones inherentes al travestismo continuado, el estrés de conservar sin ser descubierta la estupenda relación inapropiada y creo que hasta ilegal con el brazo duro y tan duro de la ley, el acoso me sosegaba. Disfrazarme, esconderme detrás de las farolas, comprar y usar unos binóculos de ópera para lo que se supone no se han concebido... me da paz. Y lo mejor es que no se me puede echar en cara. Él me acosa, yo le acoso, es un toma y daca lógico y natural. Además, tampoco es que tuviera más opciones, no podía ir por ahí repartiendo besos entre las damas para que me confiasen secretos y cotilleos a riesgo de que al escocés le dé un arrebato de despecho y me arroje a una celda para reflexionar sobre esos pecados que tanto le satisfacen. Desde luego, era mejor que reñir con don Lo sé todo y no me fío ni un pelo de ti. Por supuesto, no le había pedido permiso para seguirlo, ¡faltaría más! Imagínate la escena: que si eres una mentirosa, que si tú también, que si manipuladores los dos, que si policía, que si Watson en un hotel, que si Trent en vinagreta y ¡catacrac! Jarrón en ese bonito cráneo superior. No, la mentira es mejor, útil, hermosa y benévola. Por tanto, le había contado medias verdades para luego mentirle descaradamente con el único fin de que dejara de rondarme para poder rondarle yo. Quise hacerle creer que lo había citado para que intentase devolverle algo más que un hálito de vida a mi yerta pulsera. ¿Me creyó? Nunca lo sabré. ¿Aceptó? - Las niñas buenas están en su cama a estas horas. - afirmaba el hombre gordo y seboso clásico, de esos permanentemente sucios y mal afeitados, de ojos vidriosos y sonrisa desdentada. No se detuvo, escupió cerca de mí y siguió su camino. Las buenas... El ocaso era tibio y frío a la vez, el olor dulzón del humo que se colaba por rendijas y grietas del establecimiento me expurgaba de preocupaciones, logrando que las mandara al cuerno y no me importara nada. Lo aspiraba sin querer, apoyada la espalda contra la ventana, y llevaba ya tanto rato acomodándome allí que había olvidado hasta el dolor de los tacones, lo incómodo de la pelambrera en la cara, la futura bizca que sería como se me siguiera metiendo el mechón en el ojo. Seguramente se me había dibujado esa sonrisa feliz del aletargado. ¡Ah, la paz del acoso...! No, no había aceptado. "No era un chatarrero", pero bien que me la había destripado. - ¿Cuánto, guapa? - me dijo otro más, menos gordo pero igual de sucio. Sé que debería de haberme sentido asqueada por eso de la mujer objeto y demás, pero cuando una lleva tanto tiempo fingiendo tener una tercera pierna, que te llamen guapa, así con A, como que te alegra el día. - Fumando espero al hombre al que yo quiero. - respondía, y miraba hacia adentro - Tras los cristales de alegres ventanales. - Si no tienes cigarro... - lo decían todos. - ¡Fíjate si llevo tiempo esperando! La mayoría iban demasiado estupefactos de estupefacientes como para ponerse violentos o insistentes, pero por si acaso llevaba un ladrillo en el bolso. Mujeres del mundo, ¡nunca! ¡jamás! guardéis la pistola en un bolso, que tardaréis quince minutos de media en sacarla. Poned un ladrillo en vuestro arsenal. ¿Que se acerca un maleante? ¡Bolsazo y a correr! - Eh, zorra. Tengo dinero. A no ser que llevéis tacones. En tal caso más vale pisotear cosas blandas que dejarse los talones en la huida. - Shh. Y mientras fumo, la vida no consumo, porque aspirando el humo... Me agarró, así por las buenas. Si es que me lo esperaba. Cuando una se pone un vestido rojo escotado en este siglo sabe a lo que se expone, no en vano voy travestida por la vida. Algunos te miran, te sueltan algo grosero y siguen su camino no sin antes escupir al suelo, como el de antes, y otros, como aquel, te cogen de la muñeca y se creen con derecho usarte. ¿Qué mejor momento que ese para convertir el tacón en algo útil? - ¡AY! - ups - ¡Buscona mentecata...! ¡PLAS! Me pegó un tortazo de padre y muy señor mío. ¡Hijo de su madre! Pero él se llenó la mano de maquillaje, ¡ja! - Disculpe... - una vocecita cohibida se perdió en la nada. Sucio hijo de su madre contra furcia mentecata. El hijo de su madre hizo el primer movimiento tras el victorioso bofetón, atrapando cintura ajena y queriendo agarrar cabellera para la ancestral técnica de inmovibilación de los albores de los tiempos, pero lo que no se esperaba es que esta furcia llevaba peluca (¡JAJÁ!). El sucio se quedó contemplando maravillado la bola de pelo que tenía pegada en la mano ¡y la mentecata se dispuso a endiñarle el bolsazo mortal...! - ¡Disculpe! - repitió, haciéndonos brincar del susto. - ¿¡Qué?! - tronamos. Los sustos unen a la gente. Madre del amor hermoso, era Jonny Watson. El crepúsculo recortaba su silueta como si fuera un dios salvador con bombín, bigote y bastón. Arranqué la peluca de las mugrientas zarpas de Hijo de su madre y me la coloqué ipso facto. - Esta señorita espera a un servidor, caballero. - le dijo al sucio, acompañando las palabras con un prometedor zarandeo del bastón divino. - ¿Qué? - nos habíamos convertido en un dúo dinámico. Watson me miró muy directamente y carraspeó. - ¡Oh! - me eché a su diestra, lo agarré del brazo - ¡Oh, semental! Mis partes bajas te han anhelado noche tras noche, apenas puedo contener la excitación que me produce verte... Watson enrojeció, yo lo vi. Pero hijo de su madre... se quedó igual. - ¿Eing? Tendí la cabeza hacia atrás, como en éxtasis, rezando por que los flequillos (el falso y el verdadero) me cubrieran bien la cara. Contoneé las caderas, me restregué y me puse en modo Mmm~ aderezado con el ruego de que me mordiera y me comiera entera. Watson, como un tomate. El sucio rompió el aire con un gruñido, dio media vuelta y en cuanto escuché las groserías con que profanaba la calle alejadas un trecho, cesé el movimiento. Agaché la cabeza al separarme de él y ofrecerle mi agradecimiento con deliberada voz de pito, tras lo cual me dediqué a buscar los cosméticos en el bolso y acicalarme. ¿Qué demonios hacía ahí él? Espera, podía preguntárselo. No me había reconocido. Brazos en jarras. - ¿Qué se te ha perdido por aquí, mi fornido héroe? - parpadeos varios. - No parece usted... - desvió la mirada - Una... una mujer de vida alegre. Todavía no dominaba la jerga, so quisquilloso. - Porque no te tenía a ti para alegrármela. ¿Quieres que "recompense" tu hazaña, mi caballero andante? - farol acompañado de más contoneo y autotoqueteo con predominio de Mira, tengo domingas. Como me dijera que sí volvía al club del casi ictus de cabeza. - Si tiene la amabilidad. - ¿¡QUÉ?! - Me sería de gran ayuda que me respodiera una pregunta. - ¡uf! - A ti yo te respondo hasta de qué están hechas mis enaguas. - suponía que de lo mismo que la ropa normal, pero era divertido verle agitar el bigote. - ¿Ha visto usted a un hombre extremadamente alto y enjuto...? - ¿¡Has venido a buscar a Sherlock?! - ¡se me escapó! - ¿¡Lo conoce?! Ni él se esperaba que una meretriz lo conociera ni yo que lo estuviera buscando. ¡Pero la culpa era de esa alma de cántaro! No podía hacerme eso, no podía verlo consumir nada más que cocaína en una disulución del 7% hasta El signo de los cuatro, y para eso todavía faltaba. Como se cambiara una coma de los libros por mi causa desataba la fiera que llevo dentro y arrasaba a mi paso, ¡la literatura es sagrada! - ¡Fu! Ese mozo "galante" también me pide información a veces. - desembuché de forma chabacana, volviendo a mi papel - ¿Es que ahora los hombres prefieren tirarse a una biblioteca? Watson se relajó a ojos vista y fue a preguntarme, sin duda, si estaba dentro, pero yo me arrimé a él, paseé los dedos por sus escondidos pectorales de hombre maduro. - Se fue hará lo que se tarda en tres sesiones de amor salvaje hacia esa dirección. - parpadeo, parpadeo, desviación de la cabecita como si fuera corta de entenderas - ¿Puedo saber por qué lo busca, mi Lanzarote? - y le miré la lanza. - Es usted una criatura adorable... - me apartó suavemente - Pero no. Y se fue. Y volvió. Y quiso entrar, por si acaso. Parecía que lo había convencido, pero no. Así que ¡a lo loco! La fiera se me desató, porque soy una inconsciente y me niego a que el narrador vea lo que no tenía que ver, maldita sea, bastantes problemas tenía ya, pero tú nada, Jonny, tú a esforzarte por caerme en gracia cada día más. Lo cogí por detrás, por el cuello de la chaqueta, y aunque pesaba más que yo, le hice trastabillar y me colé dentro antes que él. Los tacones resonaban con su toc, toc, toc por los adoquines cuando pasaron a parqué. Me sentí como un caballo que se internaba en la espesa niebla de Ávalon, dulzona a las fosas nasales. Tan visible como la comisaria, el recinto rezumaba humo por doquier. Mis zancadas mutaron en pasos, los pasos a pasitos. Era un mundo de sombras y humo, tierra de espejismos. Los ojos chillaban de escozor nada más entrar, te suplicaban la protección del párpado y alegaban lo poco que había que ver entre volutas grises y siluetas muy quietas de divanes, de gente tumbada encima, de pipas alargadas, ¡solo se ve al dueño, ese patán ojeroso de tez amarillenta que viste de chino sin serlo, ese que te ha echado un ojo e ignorado después con cara de muerto! ¿De verdad te vale la pena hacernos sufrir? Un fumadero de opio estándar, supongo. Oí, solo oí, que Jonny entraba rezongando. No había tiempo, solo contrarreloj. Extendí los brazos como la ciega que era en esos momentos, me choqué veinte veces con paredes y divanes de gente muy complaciente que no se quejó. Finalmente me pegué a una pared y, poquito a poco pero sin pausa, para echar un ojo irritado a cada caballero sumergido en el arcoiris de los opiáceos. En el ínterin me apunté mentalmente que ser Richard tiene una adicción fuertecilla. Por suerte para mí, a Watson le estaba costando más entrar, por eso de no tener un par de pechos y no tirar por tanto más que dos carretas. Me vio él antes a mí que yo a él, pero no me reconoció esta vez. Lo sé por su mirada. Reconocí su planta. Estirado cuan largo era en un diván... ¿rojo? de tapicería manchada, con el traje arrugado y el cabello revuelto, una pipa humeante entre los labios, un semblante imbuido de la paz falsa de la droga y los ojos de hielo derretidos. Apoyé ambos brazos justo donde descansaba su cabeza, al modo acorralamiento, acercando mi cabea a la suya. Quería comprobar cómo de perdido estaba por los mundos de yupi, que hay que ver, que ya podría entretenerse con puzzles o con su dichoso Stradivarius como hace la gente normal cuando se aburre. Sus pupilas huecas reflejaron mi fisonomía, y vi cómo primero se fijaba en mi busto sin corsé (¡vaya!), ni loca me pongo yo una cosa de esas, segundo en mi cuello y gargantilla, tercero en mi faz pintada como la puerta de un payaso con mucho cosmético que me había cerciorado que fuera inocuo y sin mercurio ni nada nocivo, cuarto en mis labios con demasiado jazmín, quinto en mis ojos... o en mis pestañas más negras y largas de la cuenta. Se le cayó la pipa de la boca. Estaba casi segura de que iba a soltarme algo de la índole "la vanidad ataca de nuevo", cuando por último se fijó en mi mejilla. Y extendió sus dedos sobre ella, provocándome escalofríos, y frotó donde sabía que tenía que frotar. Y yo le dejé a hacer, yo se lo permití... Vi en sus pupilas, ya sin vacío, reflejada mi cicatriz. ¿Cuándo fue? ¿Cuándo empecé a quererle? ¿Cuándo me di cuenta? En ese momento no, eso seguro, pero... ¿cuándo pasé del interés y la lujuria al amor? A Trent lo quise en cuanto me miré en sus negras pupilas y supe que me anhelaba, ahí empotrada contra el bendito callejón, ¡qué sensación! Qué plenitud en mi interior. ¿Cuándo empecé con este otro? A Sherlock se le dibujó una sonrisa en los labios. Noté que a mí también me ascendían las comisuras, contagiadas. - Leona... Quizá fue cuando me puso nombre. Continuará... Un momento tierno para variar. ¡Disfrutadlo! Si Leona ya es un peligro ambulante sola, este par de dos juntos provocará la hecatombe cualquier día de estos. ¿Cuándo? ¡Hagamos una porra! |
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