Otaku Hen

Otaku Hen


Brillante 19 - De tu boca

Posted: 05 May 2016 01:48 AM PDT


Basta decir que llevo buen ritmo para que el Destino me castigue aunque toque madera haciéndome caer enferma. ¡Ay, tiene el mismo sentido del humor que yo...!

Lo dejamos en un momento tierno Sherleonido. ¿Leonock? ¿Cómo llamamos a esta pareja?

¡Mi corazón es un tambor!

Los labios de Sherlok sabían al azucarado opiáceo; su paladar, a caramelo quemado. Un truco muy sucio para que hacerla a una adicta.

Como no se resistía, el beso a traición resultó sumamente agradable, mucho más llevadero para la integridad física que la última vez, dónde va a parar. Pude tomar su rostro entre mis manos de mujer, enredar los dedos entre los bucles negros de su pelambrera, disfrutar del instante único y besarle los párpados, la frente, las mejillas, la naricilla, llenándole la cara de carmín.

Que eso lo camuflara fue un beneficio colateral la mar de conveniente. Tuve mi tiempo para investigar si la boca de todos los hombres de este siglo saben a cenicero. ¿Resultado? No concluyente, pocos sujetos con que experimentar.

Estoy enamorada de este hombre.

Curioso momento para admitírmelo, dado el contexto de humo narcótico, sopor del portentoso cerebro, vestimenta roja pasión sin corsé, público medio totalmente grogui circundante y peligro bastonero inminente. Y sin embargo, ¡qué bello sentimiento! Porque saberlo, admitámoslo, me parece que lo sabía desde antes de conocerlo... y siempre resulta liberador sincerarse con tus ventrículos. ¿Verdad, corazón mío, latente como el primer día? ¡Bum, bum!, me dice.

Quizá el contexto fuera en realidad de lo más adecuado y simbólico. Qué mejor, al fin y al cabo, que un Sherlock Holmes despojado del pleno uso de sus facultades y una Leona disfrazada en versión femenina para ello. El clásico ponte una máscara para desenmascararte. No podría haberme importado menos tener espectadores. Entre otras cosas porque el único realmente atento debía de ser el dueño, pero principalmente, lo juro, porque estaba sumergida en la introspección sentimental hasta lo más hondo.

Amo a este caballero insoportable. Y eso me llena de dicha, ya que desde ese mismo primer instante de certidumbre emocional no es que estuviera segura, sino que directamente supe que jamás sería correspondida. 

No me compadezcas, lector insensato, ¡no sabes lo que haces! Si me llegase a querer como Trent me quiere, entonces sí que llegaría a la presidencia del club del casi ictus, pero eso no iba a pasar. No tendría que agobiarme por el control de natalidad ni mi independencia ni mi modo de vida ni todas esas tonterías agotadoras. Lo que significa que podía dar rienda suelta al amor intenso sin angustia ninguna por las consecuencias. ¡Ah, la serenidad del desamor!

Watson pasó al fin por nuestra vera.

- Dame... el humo de tu... boca. - le decía "a Sherlock", contemplándole esa carita ida camuflada y escondida entre las hebras de pelo falso.

Se detuvo un solo segundo.

- Anda, que así me vuelves... loca. - ¿¡pero todavía estaba ahí?! - ¡Corre, que quiero enloquecer de placer...!

Y pasó de largo, esquivando la visión con bajarse el bombín, con cubrirse los ojos nada más verme los pies.

¡Viva el pudor! Estaba segura de que reconocería la hechura de su singular compañero de piso y de algo más, tan segura estaba que me había echado encima del gran toxicómano, abrigándolo con peluca y faldas. Bien pensado, debía de estar dando una imagen bastante indecente... ¡bah, un fumadero ya es bastante indecente de por sí! ¿Quién se iba a escandalizar, el falso chino?

Permanecí en esa, a qué negarlo, privilegiada posición durante las dos vueltas que Jonny dio como buenamente pudo, intervalo temporal que, como me sentía cariñosona, aproveché para palpar la lupa. Piensa de mí lo que quieras, lector moral, concluye que soy una pervertida y una infractora de la ley y que abusar de un Sherlock estupefacto de estupefacientes es de mala malosa, que tendrás razón. ¿Pero a mí? A mí plin. ¡Total, puestos a pecar...!

- Sintiendo ese calor... del humo embriagador, que acaba por prender la llama ardiente del amor. ¡Tan, tan! ¡Tan, tan, ta ta táaa! - un canturreo comenzado es difícil resistirse a terminarlo.

El mango de la lupa era recio y difícil de comparar, básicamente porque solo tenía como ejemplo dos especímenes más, que eran el arma de Trent y el cacharrito lila que era más suyo que mío. Las uñas se me fueron al muslo ajeno, lujuriosas, y entonces fui atrapada por las manos del adicto, agarrada por los brazos que se me pegaron al torso. Tenía las pupilas dilatadas por razones obvias. Yo también las debía de tener, por razones aún más obvias.

- Ya se ha ido.

- ¿¡Aaah?! - indignación en mí - Oye, si estás drogado, estás drogado.

Que no me viniera con derechos ahora, ahora, ¡ahora! Nunca le había tocado con tanta tranquilidad, no me iba a aguar la fiesta... pero me la aguó, vaya si me la aguó. ¿Y cómo lo hizo? ¡Haz tus apuestas, lector! Me tiró. Me tiró de mi privilegiada posición de un empujón y me caí hecha un revoltijo de faldas a las baldosas aquellas, tan tan tan higiénicas. ¡Encima que te hago un favor, desagradecido!

- Si has acabado con esa, yo también quiero que me mimen. - espetó en libidinoso tono el consumidor del sillón de al lado. Luego se desmayó, presumo que contento con la ocurrencia.

El eminente señor Holmes farfulló algo a la par que intentaba incorporarse... en vano, por supuesto. Yo, como soy más buena que el pan, tomé la ocupación de muleta y lo sostuve como pude antes de caernos ambos a la de dos. ¿Dónde hay una carretilla cuando la necesitas?

Echaba de menos el morboso tacto de la lupa...

- ¡Eh!

Sherlock había vuelto a tender la mano hacia la pipa, así que le pequé un manotazo y con el acto el alto volvió a perder el equilibrio y se me tiró encima de la forma menos erótica que imaginarse pueda.

Con lo bien que me lo estaba pasando. Ahí nos quedamos, sin llamar la atención siquiera, como si el hecho de que una mujer de vida alegre (y vestida de rojo, para más inri) debajo de un hombretón puesto de opio hasta las cejas fuera una miga de pan en la vitrina de la panadería de renombre de turno, lo cual no decía mucho en favor del local por mucho que a mí me viniera bien.

Contrariamente a lo que el aluvión de obras artísticas nos ha enseñado desde la tierna infancia, caerse de bruces con el objeto de tu deseo no es tan placentero como lo pintan. Pese a todo el deseo que te arda dentro, una se queda descoyuntada y dolorida y retorcida igual. No obstante, el señor Holmes estaba conmigo pupila contra pupila, me fulminaba con sus ojos de hielo derretido, como si no me hubiera visto nunca. A lo mejor volvía a pasármelo bien.

- Mis pechos están aquí abajo. - y los señalé.

- Antes llevabas los labios pintados. - la madre que lo trajo, no se concentraba.

- ¡No me digas! - morritos por mi parte - Adivina qué ha pasado~.

- Estás horrorosa.

Este era el encanto de hombre que me sorbía el seso, qué excelente gusto el mío. No obstante, el detallazo de observación me hizo volver a la realidad y percatarme de que con tanto contacto físico no debía de quedarme cosmético en su sitio. Pasé el dorso de la mano por la mejilla del cortés detective amado en una caricia. ¿Adónde podría llevarlo rápido, rápido para que se viera en el espejo?

- Anda, levántate, amorcito, ¡vamos a resolver crímenes!

- ¡Casos! ¡Necesito casos! - se fija en lo que se fija.

- Pero no te emociones tratando de averiguar quién cambió la sal por el azúcar de tu juego de té, chatín. Ahora mismo bajas el cociente intelectual de toda la calle.

- Fuiste tú.

- ¡Diantres!

Y retomé mi ocupación de muleta. El dueño vestido de chino sin serlo nos miraba fijamente, así que me pequé el pelo de la peluca a la cara. Se enganchó fácilmente, ¡qué asco! Gajes del oficio y de llevar al descubierto una cicatriz tan irrisioriamente identificativa.

Tras lo que me parecieron horas pero más probablemente fueran cuarenta minutos de trayecto en zigzag, a saber, llegamos a la calle maldita. La idea era dejarlo en casa, pero no. Y no por razones lógicas como que con esas pintas a ver cómo o que no me fiara de dejarlo en una esquina ni mucho menos de ir por esos andurriales sola y con faldas, no, sino porque no... paraba... de hablar. Y yo no podía, no podía, hacer de muleta e intentar descifrar su monólogo a la vez, no. ¡Ojalá nos hubiéramos cruzado con una obra, la que fuera! ¡Cómo anhelaba una puñetera carretilla!

Cuando llegamos se me había pasado el amor e incrementado el instinto asesino, así que rebusqué diez minutos en mi bolso con ladrillo incluido hasta hallar la cuerda (añadida al arsenal por si se daba el caso de huir por un balcón o si intentaban defenestrarme como a tantas otras del gremio que fingía) y lo até a una farola cercana. También le sisé la cartera... por si sucedía lo improbable y un ladrón sin sentido de la orientación se pasara por allí.

Ahí lo dejé, no sin antes limpiarme bien la cara en su camisa, a ver qué decía la dulce señora Hudson cuando se la lavase, ¡muajaja!

Trepé, abrí, entré, me peleé con el bolso, saludé a las ratas con el lanzamiento de queso con efecto, disfruté con su disfrute, pobrecitas, cogí la ropa, destrepé lo trepado y volví junto al Sherly que había dejado aparcado cual bicicleta con mucho trote. Y todo esto con los tacones puestos con tal de no tocar ni fachada ni acera, qué orgullosa estoy de mí por no haberme matado.

Lo pillé intentando desasirse, menudo truhán problemático. Sentí el imperioso deseo de llevármelo atado por ahí. Pero me contuve, me contuve.

Como toda mujer del siglo XXI que ha ido a la playa, sé cómo vestirme y desvestirme a la vez sin que se me vea nada. A ello procedí, más por el frío que otra cosa, aprovechando el hecho de que mi calle fiel se mantiene desierta la aplastante mayoría de veces. Viva la superstición.

- No querías... - murmuró mientras, ya de nuevo en mi ser como Leonardo Dantés, lo desataba.

- ¿Qué, guapo mozo de sesera embotada? - dije yo a mi vez, ayudándole a ponerse en pie.

Él se fue levantando, descargando el peso de su alto y estupendo cuerpo en el enhiesto palo de la farola que en otras circunstancias me habría hecho dar vueltas sobre cierto tema recurrente, pero que entonces solo me hizo pensar en el oso Balú rascándose la espalda.

Me planteé la idea de explotar la utilidad de la cuerda atando su cintura a la mía, pero me lo pensé mejor: si se tropezaba, que se descalabrara él solo con el adoquinado. Mucho amor por mi parte, pero la complexión de una aguanta lo que aguanta y lo que era ese ahora mismo, estaba desgastada.

- No querías que Watson me viera... - continuó a media voz.

- ¡Muy agudo, Sherlock! - me di cuenta de que había usado su nombre como sinónimo de lumbreras, ¡ay, eso de estar adelantada a los tiempos! - Y no dilucidas por qué, ¿a que no? ¡No haberte narcotizado!

Nos pusimos en marcha, él rodeando mis hombros con su largo brazo, yo rodeándole la cintura con uno de los míos y apretando ese brazo con la otra mano. Él dando bandazos, yo aguantándole como buenamente podía teniendo en cuenta mi estatura, que es que a duras penas podía soportar su peso bajo su axila. Bien pensado, era la muleta ideal. Mi corazoncito brincaba.

- Eres como un personaje de las novelas de Verne...

¿Sherlock conocía a Julio Verne? Las fechas cuadraban, pero ¿no se suponía que él solo almacenaba información útil? ¿Cómo podía ser que disfrutara de la lectura y aun así se aburriera hasta el punto de querer llenarse pulmones y venas con alucinógenos? ¡Inconcebible! No, debí de haber escuchado mal, al fin y al cabo casi ni se le entendía tal y como hablaba.

Sin embargo, me dio qué pensar... y eso punzó mis órganos con un terrible presentimiento.

- ¿Por qué recurrir a esas sustancias? - quise meditar en voz alta, pero caí en el error de mirarle - Hace tan solo unos días que merodeabas por mi casa para vigilarme, para invertigarme, estabas muy entretenido. Y entonces yo te dije esto y aquello, y sin más perdiste el interés. ¿Tan aburrida te parezco de repente? ¿Has respirado opio... por mi culpa?

Los ojos de hielo habían recuperado algo de su cristalina solidez. Se me resquebrajó el alma. Él me contempló con fijeza por encima del hombro, diría que por motivos físicos, entreabrió los labios...

- Ababá. - juro por mi arnés que me contestó eso.

Tras aquello ya preferí no prestarle la menor atención, técnica de autoprotección psíquica infalible. Anduvimos hasta el burdel de la abuela de Chip y Chop, le pagué una habitación con el dinero de la billetera que decidí no devolverle y ahí lo dejé con nocturnidad y alevosía. ¡Qué noche tan ajetreada! Está visto y comprobado: no hay que salir de noche. Repasa los capítulos anteriores si quieres, lector mío, ¡no hay vuelta de hoja! Las niñas buenas no salen de noche y se ahorran problemas.

¡Por fin en casa, a las seis de la madrugada! ¿Pero me dejan descansar? ¡Ni cuatro horas! Antes del mediodía, cuando apenas había terminado la escabechina de microbios con un largo y no del todo relajante baño porque la cabeza me daba vueltas en círculos y echado una cabezada, sonó el ding dong~ de la dichosa puerta.

Gertrudis no estaba por la labor, se había ido a comprar pronto y en esos momentos se dedicaba a asear la casa ruidosamente. Detectaba cierta hostilidad, por lo que, como una doncella cabreada es peligrosa, sobre todo si es quien te cocina, preferí abrir yo misma, por si las moscas.

Era Amanda. Con su padre. Y su madre.

Mi otra mejilla se mentalizó.

Continuará...

¡Por fin nuestra protagonista ha llegado al amor consciente! Ha hecho falta tiempo. Venga, tenemos que tomar una decisión tras las aventuras y el momento tierno Sherleonido o... Leonock... ¿Cómo llamamos a esta pareja? Solo con la L debería de ser suficiente para arrejuntar los dos nombres armoniosamente, caray.