Otaku Hen |
Posted: 11 May 2016 03:06 AM PDT ¡Veinte ya...! Esto tenía que celebrarlo con dos capítulos seguidos. No me basta con el anterior, ¡tengo mucho más que decir! Y al fin y al cabo, sé que a vosotras, lectoras mías, el fanfic que de verdad os interesa es este, así que ¡al lío, que Axia puede esperar! Leona por fin es plenamente consciente de sus sentimientos por Sherly gracias a otra de sus ajetreadas noches de parranda y está la mar de contenta con que no sea correspondido, pero la cosa en lugar de acabar con una reparadora mañana de sueño, terminó con los Smithy en su puerta. ¡No me la dejan descansar! ¿Creéis en los augurios? Se dice que el té contiene propiedades relajantes, sin importar el tipo de hierbas que hiervas. Sigo esperando que sea verdad. En el mullido sofá de mi propiedad reposaban, apretujadas, las tres singulares posaderas de los Smithy al completo, ni uno solo sin su taza de mi bonito juego de porcelana floreada en mano. Qué poquito me gustan las reuniones degustativas de infusiones. Por lo visto habían dejado su tarjeta mientras no estaba, pero yo en la inopia, Gertrudis ni pío. Una sombra de severidad empapaba la trinidad, espesa como la niebla londinense de aquel día. El cabeza de familia se encontraba inusualmente apagado, no despegaba la pupila de los posos del agua hervida, su voz no sonaba tan áspera como era habitual (cosa mala), al saludarme se había contenido a ojos vista, quizá debido a la influencia conyugal. Amanda, que tenía aspecto de haber invertido una hora de tocador en parecer bella y aseada sin que se trasluciera el menor indicio de su esfuerzo, removía la cucharilla y me observaba meticulosa a través de las pestañas con una intensidad escalofriante. La señora... estaba temible. Vaya, qué cosa tan incómoda, no veía a la pequeña Amanda desde hacía seis capítulos contando este, desde el dramático final del baile, y a Smithy desde su oportuna intervención en mi encarcelamiento. Aunque por lo menos sabía cuáles eran los últimos recuerdos que compartíamos y a qué atenerme con padre e hija, ¿pero cuáles eran los que tendría la señora cuyo nombre de pila nunca sabría? ¿Un tortazo, complicidades con su amante esposo, la rotura de su vajilla? Que Dios me amparase. - ¡Ah, galeno impaciente! Todavía no te he agradecido como es debido que me echaras una mano el otro día y has venido a cobrártelo, ¿eh? - ¡ah, qué nostalgia! - Natural, ¿quién te iba a dar gracias si no, tus desdichados pacientes? ¡Ja! Smithy meneó el bigote, alzó las cejas y abrió la boca, contento sin duda de retomar nuestras confianzas. Pero su mujer, con gesto adusto, le lanzó un vistazo pétreo, censurante. - Me temo que es otro asunto el que ha requerido la presencia de mi señor esposo. - sentenció La señora. No me miraba. El mal doctor boqueó un segundo... luego se puso digno. - Cariño, debería ser yo quién le hablase... - Querido. - le cortó - ¿Acaso no te he oído alardear siempre de los amplios conocimientos de tu amistad? No me cabe la menor duda de que el señor Dantés ya lo sabe, lo sabe todo. - y ahí sí que me miró, de soslayo y con premeditación. - No me atrevería a contrariarla, parece usted tan orgullosa de sí misma por la ocurrencia... Marido y mujer se anonadaron a la par, como si todavía les asombrara que fuera abiertamente sincera y no me andara con esa excesiva cortesía rimbombante tan victoriana que tantas vueltas daba para dar a entender las indirectas, ¡qué monos! Al contrario de lo que pueda parecer por mis descripciones, lo cierto es que siempre he tenido la mejor de las opiniones sobre el matrimonio Smithy, tan temperamental y... eficiente. ¡Hacen una pareja encantadora! No obstante, la señora se recuperaba antes para volver al ataque. - Es usted el perfecto ejemplo de la proporcionalidad inversa entre el tamaño de la boca y el cerebro. - ¡qué recompuesta estaba! - Y usted el del dechado de la más gentil cortesía, mi señora. - repliqué con mi mejor sonrisa. Y la señora bufó y yo no pude evitar hacer el gesto del gato de la fortuna con un ojojó, lo que por alguna razón por poco tiempo desconocida hizo que la muchachita se crispase y me mirase, por fin, sin el velo de pestañas castañas. El blanco de sus ojos oscuros estaba inyectado en sangre, el rabillo más húmedo de la cuenta. Los lacrimales estaban haciendo su trabajo. - ¡Basta, Leo, basta! - exclamó soltando taza, té intocado y cucharilla sobre la mesita con tal estrépito que poco más y me la rompe, ¡esa porcelana me había costado... unas libras! - ¡No rebajes más tu viridad por mi causa, no te sacrifiques más! La señora se irguió aún más si cabe, tiesa cual bastón de Watson, giró la cabeza cual muñeca del diablo, con los párpados abiertos de par en par y las cejas casi dentro del nacimiento del pelo, reprendiendo a su hija con una mirada de fuego que chillaba: ¡Cierra la boca! Pero si la señora era expresivamente terrible, no lo era menos su sucesora, que participó del pequeño diálogo gestual alzando la barbilla y entrecerrando las esferas luminosas de entre sus pestañas. Digna, desafiante, contestaba un ¡NO! rontundísimo. Los "hombres" de la sala, callados como muertos. ¿Qué le pasa a la niña, madre suya? Si he de reconocerle algo es que sabe cómo abrumarme. - Es por mí, Leo. - espetó Amanda de repente en voz compungida, medio arráncandose del bolsillo un pañuelo con sus iniciales que se llevó de inmediato a los ojos - ¡Están aquí por mí! Yo me quedé como claro, claro, siempre es por ti. - Se lo he contado... todo. Dicho esto, rompió a llorar, logrando que sucumbiéramos al silencio del no sé qué hacer. No sentí la más mínima compasión, conozco lo suficientemente bien a la nena como para saber que estaba disfrutando, pero eso no evitó que hasta Gertrudis me dedicase hostilidad visual, como si no tuviera bastante con la progenitora y la abierta tristeza de Smithy. ¡Yo soy inocente! - ¿Qué es exactamente "todo", bella Amanda, preciosa mía? - apelativos equivalentes a un ea, ea. Por un instante tuve la certeza de que mami Smithy usaría la dentadura para masticarme entera, cuánta injusticia por doquier, por favor, que yo no sabía nada. DramAmanda sollozó. - Lo nuestro... - y encima lo pronunció con placer. ¿¡Qué "nuestro"?! - ¡Quise ocultarlo y al principio, al principio prometo que lo logré! Por tu bien y el mío, Leo, sobre todo por el tuyo callé... lo que me hiciste esa noche. - por Dios - Pero... pero... cuando supe que por la imposibilidad de amarme te habías lanzado a presidio para poner fin a tanto sufrimiento... confesé tus afectos a mi padre. - se hundió en el pañuelo. ¡Ah, por eso estaba triste Smithy! A ver cómo lo resolvía, la cría tenía una inventiva muy viva. Lo que fue ese preciso momento, no alcancé a decir esta boca es mía, el severo timbre de la señora tomó la palabra. - Querido, haz el favor de acompañar a esta señorita a la calesa y dile a la doncella que la lleve a casa, donde debería estar. Obviamente se encuentra enferma de los nervios. - ¡Leo es el que está enfermo de amor por mí, mira esas ojeras de no dormir pensando...! Una colleja olímpica se estrelló en la nuca de la jovencita, que paró de gimotear tres segundos de parpadeos. Smithy dudó otros cuatro, quizá meditando sobre el decoro de dejar a su esposa en casa de un hombre soltero a solas aunque fueran dos minutos, quizá sobre el bienestar de esta pobre desgraciada que te narra, una de dos. Terminó por obedecer y se fue. Tuve miedo, mucho, mucho miedo. - Espero sepa disculpar semejante grosería. - juntó las manos sobre el regazo, pero el miedo seguía ahí - Me temo que su educación está resultando compleja a causa de la desmesurada sensibilidad que su padre le ha dado por herencia. Claro que tratándose de un interlocutor como usted, la cortesía está de más. - ¿Quiere más té? - ¡el té tiene que aplacar los ánimos! Pero la señora alzó una palma en clara señal de negación, de modo que sorbí la taza yo, para adentro como si fuera medicina. O se calmaba ella o me calmaba yo. - Hablemos de la boda, señor Dantés. Le escupí el líquido a la cara, medio por sorpresa, medio porque me hacía más ilusión que atragantarme a lo soso. Como mujer elegante que era, se secó las salpicaduras con la servilleta con dibujos de jarrones bordados sin inmutarse. - Discúlpeme por todo, señora mía, me ha parecido que... ¿qué? - El hecho de que usted no es un caballero resulta tan evidente como que el té se bebe a las cuatro de la tarde. No obstante, ni tan siquiera el más grosero ignorante podría esperar que el haber deshonrado a una joven señorita... no conlleve consecuencias. - Señora Smithy, que no, que solo fue un beso, labio con labio, ¿sabe? Ah, claro, le preocupa el qué dirán. ¡Pues no se agobie! De mis gastados labios no saldrá palabra, y del único otro testigo menos aún, pues ya lo habrá olvidado por ahorrar espacio cerebral. Mire, sé que ahora mismo los ingleses están en la cúspide de la clasificación del puritanismo y los prejuicios racistas, sobre todo contra mi nación... - Ha imposibilitado cualquier enlace mejor. Un instante sin sonido humano alguno. Las gotas de una lluvia joven repiqueteaban contra la ventana. - A ver si lo he entendido, usted me considera un español, ni caballero ni hombre, un español, uno sin honor, despreciable y dedicado a la mala vida, desgracia para cualquiera a quien me acerque. Sabe la cantidad exacta de damas con las que me junto y arrejunto, cómo me gano la vida, apenas puede soportar que su esposo me cuente entre sus amistades, ¿me equivoco? No negó ni con la cabeza, tan solo me brindó el silencio que otorga, manteniéndome la mirada. - Y aun así quiere que su hija contraiga matrimonio conmigo. - Con sus ingresos puede mantener a Amanda. Mis posaderas abandonaron el mullido asiento para extender el brazo, quitarle la taza a la señora y depositarla en la mesita. - Fuera de mi casa. - ¿Cómo dice? - Fuera de mi casa y quítese la peregrina idea nupcial de la cabeza ahora que su reputación está intacta, o me encargaré personalmente de que se revuelque por el fango. Ah, ¿no me cree? Le concedo la libertad de credo, pero ¡oh! ¿En quién depositará su fe la gente si se extiende el rumor de que la señora es una indecente adultera? ¿Quién dudará de que yo, el infame español de los bajos fondos, he fornicado con medio clan Smithy? Traeré la deshonra sobre usted, su familia y hasta sus vacas. - ella empalideció, yo sonreí maliciosa - La reputación lo es todo, y yo no solo tengo reputación de saberlo todo. Y así fue como la tambaleante señora se unió al club del casi ictus, probablemente reflexionando sobre la credibilidad personal o sobre la carencia de ganado familiar, mientras la acompañaba a la puerta haciendo gala de una cortesía que ella no merecía, más por atención a mi suelo recién barrido que por su bienestar. Estaba tan indignada por esa falta de amor maternal en pro del "decoro" que cuando nos topamos con Smithy remojado en la puerta, como si llevara un rato ahí (fijo que el muy cobarde no había querido entrar), no me molesté en añadir nada salvo que le buscara a su niña un hombre que la quisiera y que le mantuviese llenita la fresquera. La mañana siguiente amaneció con la misma densidad de niebla exterior, pero con día soleado en mi interior. Di por zanjado el asunto Smithy, dejando para luego la parte DramAmanda. Retomé la labor sherlopersecuria con ánimos renovados y una Gertrudis menos hostil, pero igualmente rara con mi persona. Las emociones de la madrugada y el mediodía anterior habían hecho necesario un merecido descanso. Ese día tuve el buen juicio de no optar por más disfraz que el que ya era mi vestimenta habitual como Leonardo. Te ahorraré los detalles acosativos por morboso que seas, lector, ¡te aburrirías! Vayamos directamente a lo que de verdad te interesa. Estaba yo bajo mi paraguas negro camuflaje en la esquina de otro callejón, meditando. Sherlock y Jonny habían entrado en una residencia cualquiera con su fachada cualquiera y con sus carruajes cualquiera fuera, o eso creía porque no veía tres exhibicionistas en un burro con la nube que había bajado a ras de suelo. Te preguntarás sobre qué meditaba y te medio equivocarás suponiendo que era sobre los sucesos del día anterior, ya que si bien guardaba relación, ya estaban desterrados de mi actividad mental. No pensaba exactamente en las injusticias esponsalicias, pensaba en que Sherlock era un hombre estupendo. Con toda su misoginia e incompetencia emocional, con toda esa focalización en lo racional que fracasaba estrepitosamente por esos deslices carnales con los narcóticos, Sherly era mucho mejor persona que una madre que entrega a su hija por las costumbres a costa de su felicidad. No se llenaba la boca con la moralidad, no era hipócrita. Aunque, ¿podía culparla realmente, teniendo en cuenta el siglo que la había criado? Ensimismada me hallaba con esto y aquello cuando sin comerlo ni beberlo un bigotón inundó mi campo de visión, ¡era Watson, que me miraba con familiar gesto de desagradable desaprobación! Lo que me hizo olvidar del todo el caso Smithy para rememorar la reciente interacción con el doctor durante las horas en las que las niñas buenas duermen en su casa. Ni que decir cabe que el gran detective, ahora en plenas facultades mentales, me había visto y mandado llamar. En más de una ocasión me he preguntado cuántas veces se ha percatado y ha pasado. Quizá lo supiera todas ellas y no le importase, quizá se dejase seguir deliberadamente, quizá solo se fija en lo que quiere analizar... Fui a su encuentro, y al hacerlo reparé en que todo elemento que me había parecido cualquiera me sonaba, lo cual confirmé en cuanto puse un pie en el recibidor... porque vi el lustre de cinco cascos azules que viraron hacia mí, oí diez botas acercarse a mí y olí un porrón de efluvios ahumados que ojalá no hubiesen venido a mí. Rodeada me encontraba por la Scotland Yard del día, curiosa, quizá providencialmente, conmpuesta por miembros que me tenían en buena consideración y me saludaron afectuosa pero masculinamente con su Leo, Leo, lo que viene a ser con golpes de camaradería (para mañana, morados). Extraje y me coloqué entre los labios el cigarrillo de rigor por inercia. Si ellos estaban allí, eso significaba que aquellos ojos fulminantes cuyo poder no hace tanto partía mis vértebras con el disparar de sus rayos... - ¿¡"Leo"?! - tronó el firmamento. Efectivamente, allí estaban. Oír ese timbre furibundo fue para mí más placentero que nunca, mantener aquel poderío visual sin que me temblaran las piernas... negativamente, un triunfo de sabores. Apenas me di cuenta de que los agentes se habían dispersado, súbitamente profesionales a más no poder. - Comisario O'Brian, cuantísimo tiempo. - mentí pasándome el cigarrillo de la boca a los dedos. Soy una descarada - ¿Harás que tus subordinados cacheen de nuevo a este españolito o esta vez te mancharás las manos? - cejas arriba, cejas abajo. Mi comisario enrojeció pronto, y no de ira aunque lo parecía. ¡Ñejeje! Le saludé con la manita. Guió sus bellos pies en mi dirección, dos zancadas. Ante mí. Alto y robusto y regalo para cualquiera con el don de la vista, derrochando agresiva hombría por cada poro de su piel y cada hebra de su barba crecida libre y sana. Durante unos diez segundos mantuvimos una revigorizante conversación mental. Él adoptó su ceño de ¡estamos en público! Yo mi relamer labial de te tomaría aquí y ahora, sobre esa alfombra. Él puso cejas de ¡no te atreverás! - ¿¡Otra vez le habéis dejado entrar?! - bramó, provocando respingos multitudinarios. - Eh, no me escupas en la cara, ¡brutalidad policial! - y susurré... - Luego te haré llorar... Creo que me habría partido la cara de no ser por la veloz intervención del señor Holmes, de quien sinceramente ya me había olvidado, que se interpuso en medio, literalmente en medio, se hizo hasta hueco entre el poquito espacio que había entre nuestros amantes cuerpos. Desencajada me quedé unos segundos, mirando uno a otro, cayendo en la cuenta de que ¡estaban en la misma habitación! Oyoyoyyyy... - Yo he solicitado la presencia del "señor". - informó. Trent también pareció desnortado, pero como buen brazo grande y fornido de la ley que era apenas le duró un segundo. Me miró indignado no, lo siguiente. ¿Por qué todo el mundo asume que de todo tengo yo la culpa? - ¿Qué autoridad se ha creído que tiene para solicitar nada? -recalcó mucho el "nada". - Soy el detective asesor. - ofreció por toda respuesta sin apenas centrar las pupilas en su interlocutor. ¡Maleducado! Dicho esto colocó su mano en mi espalda (¡¡me tocó!!) y me apartó del rey policial, con lo que dejamos a un Trent muy irascible que terminó dirigiendo esa cólera mal contenida no al primer pobre desgraciado con casco que pudiese pillar, no, ¡al doctor Watson! Que no sabía donde meterse mientras le cantaban las cuarentas. Que si que se habían creído, que si primero le decían a sus hombres qué hacer y qué tocar y ahora esto, que si haber si controlaba a su amiguito, que si sabían lo que significaba no se qué cosa pero que sonaba a tortura de arrancar uñas... - Madre mía, señor Holmes~. - se me escapó, y oí a Trent subir el volumen, al final rompería los cristales. - Te brillan los ojos cuando me miras. - comentó Sherly como de pasada. - ¡Estás tan guapo a la penumbra de la mañana! Silencio. Ojiplático Sherlock. - ¿Mucha efusividad para estas horas matutinas? - la mano al pecho me llevé y los ojillos cerré - ¡Pobres corazones ingleses, más fríos que los de los peces! Se limitó a llevarse el índice a la boca por respuesta para inmediatamente después indicarme que le siguiera. Eso hice, ¿cómo no? Me condujo hacia otro cuarto, de alfombras poco cuidadas y tapicería variopinta con una extraña predilección por el rojo, de muebles bonitos pero descuidados y con un hombre tirado en el suelo con la ropa hecha jirones, un caballero tumbado en una postura acrobática que muy cómoda no debía ser, con el cuello azulado y manchas rojas por todo el... oh, era un cadáver. Perdóname, lector, ¿cómo iba a saber yo que eso era lo que era? Bajo los escrutadores ojos helados de Sherlock, agrandé los míos y me aproximé para verlo mejor. ¡Era ser Richard! Continuará... ¡Ha sido dramandamático! Espero que os haya gustado. Aprovecho estas líneas de comentario de autora para congratularme anunciándoos que... ¡Leonock gana por goleada! Entre los comentarios de wattpad y los del blog, salvo una que ella sabe quién es y que cambió de opinión, todas habéis votado por esta abreviatura de la relación. ¡Hum! Si Leona va delante, eso es que es la dominante, ¿no, no? |
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